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Congreso internacional de promoción de la lectura y el libro. mesa: “leer y escribir en el siglo xxi”. ponencia: “el taller de poesía en la educación de adultos”

La lectura y la escritura son  prácticas  culturales de diversas características que implican tener en cuenta los variados modos de comprensión  de los integrantes de distintas comunidades y uno de los posibles caminos para construir “una identidad abierta”. La escuela es el ámbito propicio para crear escenas de lectura y escritura no sólo individuales sino colectivas y abrir compuertas para que todos hagan uso del derecho insoslayable de tomar la palabra.

Acordamos con Michel Petit1  que el rol del docente como mediador propicia esa construcción de la subjetividad e incentiva la posibilidad de crear mundos posibles porque es el que tiende puentes entre los lectores y los textos, puentes constituidos por una variedad de estrategias. (Petit, 1999).

Las prácticas de lectura se caracterizan por la diversidad de interpretaciones que surgen de las experiencias de los sujetos lectores y al hacer “una puesta en común”, esa multiplicidad de voces se interrelacionan y construyen un puente de comunicación y enriquecimiento no sólo personal sino de todos los integrantes del grupo. Esta práctica cultural posibilita la inclusión de la diversidad, desterrando el concepto de homogenización, que consideramos excluyente porque los distintos modos de comprensión dan cuenta de experiencias culturales particulares, que debemos considerar a fin de que la promoción de la lectura tenga en cuenta las diferencias de los sujetos y sus modos particulares de apropiación de los bienes simbólicos y siguiendo a Elsie Rockwell2 se hace indispensable recuperar la dimensión biográfica del acceso a la escritura y a la lectura.

 

Experiencias de talleres de lectura y escritura en escuelas de adultos: primarias, C.E.N.S, PAEBYT y Centros Educativos nos mostraron que la   lectura y la escritura estaban presentes en la vida de esos alumnos, no de la manera convencional, sino por otros caminos: leyendas, mitos y tradiciones de las zonas de origen, narradas por algún familiar, rondas de cuentos populares alrededor del fuego o multiplicidad de leyendas urbanas que circulan por sus barrios. Otro caudal de lecturas lo brindaban las canciones que aportaban distintas miradas del mundo y que ellos conocían a la perfección. En base a ese capital, realizamos distintos talleres, tanto en C.E.N.S, Primaria de adultos y Centros Educativos y el reservorio cultural de los alumnos nos posibilitó un acercamiento al lenguaje poético. Partimos de las diferentes estéticas  para introducirnos en los recursos de la poesía. El lenguaje metafórico de las letras del rock nacional puso de relieve el trabajo particular con la palabra. Lo mismo podemos decir de las letras de  tangos, zambas, chamamés o boleros. Cada uno de estos géneros despertaba múltiples emociones. Esta diversidad nos permitió desarrollar consignas de lectura y escritura en las que lo vivencial permitía la entrada a otras voces. Y así la ciudad de Charlie García, Fito Páez, Discépolo u Homero Manzi recibía la ciudad de Baldomero, Perlonguer, Gelman o Mangieri. Igual que los campos o los ríos de las zambas y las guaranias dejaban paso al monte de Federico, al mar de Neruda o de Alfonsina. Los cantos amados  traían memorias de otros tiempos o recientes, fortalecían los saberes previos y propiciaban la llegada de nuevos cantos, de nuevas voces. Comprobamos que la poesía llama de distintas maneras: por su sonoridad, su ritmo, su poder de síntesis, la transgresión, ya sea en el uso del lenguaje, el espacio o en su decir que rompe esquemas, desafía, juega, arma y desarma. Traza volteretas, invita al juego, a la memoria, desanuda el tiempo y hace posible regresos y maldiciones, recuerdos y desafíos, encuentros y corredores transitados por voces que susurran, gritan, definen o acusan.

A la poesía se entra sin miedo. Lo importante es tener el oído atento y los ojos bien abiertos para no perderse nada. El vivir muchas veces tiene ribetes de poema. El agua, el viento, una voz, una mirada o la sombra de un gesto pueden dejarnos una huella que al hacerse palabra, se hace verso, sonoridad, se hace voz nuestra y al compartirla es de todos, sino basta con leer a los poetas de la ciudad que encontraron en las calles porteñas y en sus rincones una manera de decir. O los otros, los poetas lejanos que hablan del mar o de las montañas y nos posibilitan construir nuestro propio mar y nuestras propias montañas y las palabras se mueven, se tiñen de colores, de gustos, florecen en aromas y es una fiesta comprobar que el mar de Neruda tiene otro verdor y que la lluvia de Vallejo o de Baldomero resuena en nuestro patio o que el amor de Bécquer, Pizarnik o  Shakespeare se encuentra a la vuelta de una  esquina.

Una mañana cualquiera la vida tiene un vestido nuevo y al sentir y pensarlo, el verso está codo a codo con nosotros y qué bueno compartirlo, instalarlo en el aula y ver qué pasa. ¿Cómo serán los vestidos de la vida de nuestros alumnos en esa mañana? Y ahí está el pizarrón y cuando las voces surgen porque la convocatoria a darle palabras a los sentimientos, a las cosas, a crear mundos, a nombrar la vida, a experimentar con  el juego sonoro, instala los versos  y el poema nace. Y la invitación sigue porque la poesía siempre espera más, entonces tomamos un libro de poemas y leemos, leemos con ganas para que el alma se instale en cada sonido, se corporice, se meta en los bolsillos. Leemos sobre la lluvia, el tren que corre, el cielo desparejo o las calles de algún barrio. Leemos un poema, dos poemas y dejamos el aula llena de duendes como decía Federico y la palabra emprende el viaje, transformada porque alguien la recibió y la llenó de vida.

En un taller con adultos de un C.E.N.S, los invitamos a recorrer esos versos, a hacer uso de ellos. El poema instala otra dimensión, y al sentirlo hace posible que la voz salga de su corral y dialogue con él, lo recree, lo amplíe. Un solo verso puede soltar las velas y lanzarnos al mar. Al leer estos versos de Juan Gelman: “Lo que me diste// es la palabra que tiembla” y plantear qué sucede en ese acto de dar, surgieron muchas respuestas. Cada alumno dio su propio matiz y la palabra y el temblor se llenaron de luz, de pájaros, de sombras y en algunos, de silencio. Y al armar collages con versos de distintos autores se sumaron  las voces de los alumnos, pegando, seleccionando, viendo qué pasaba, a qué territorios los llevaban esas palabras.

La música es otra gran aliada del taller de poesía: crea climas, sugiere paisajes, deja que los sentimientos salten la valla y permite que las palabras surjan y se escriban de manera espontánea, sin seguir ningún orden para luego, combinarlas en una frase. En un taller, Enrique, un alumno de C.E.N.S, después de escuchar un tema de Uña Ramos, escribió:”viento- desierto- cardo- noche- silencio” y luego de  jugar con los significados, escribió en el pizarrón:”El viento del desierto barre la noche poblada de cardos. Silencio” y las palabras sueltas cobraron vida y como en el curso había varios alumnos del norte, la emoción se instaló y esa frase generó otra propuesta: continuar el texto y ver hacia dónde los llevaba el viento que su compañero había sentido.

Trabajar con el discurso poético implica un desafío para el docente de Lengua y Literatura: Desafío porque este discurso por su misma naturaleza, quiebra todos los estereotipos pero este quiebre permite que las voces secretas de los alumnos puedan aflorar, se manifieste su subjetividad, sus visiones del mundo y al socializar lecturas y producciones se establezcan vínculos con la palabra del otro y se rescate la diversidad a partir del sentir. Y en ese ámbito de exploración y descubrimiento, cada alumno va encontrando su manera de decir y, en la puesta en común, el grupo se enriquece con los distintos aportes. El hecho de escribir, con sus idas y venidas, tachaduras, cambios de palabras, abre las puertas de la reflexión, grupal o individual, según el tipo de trabajo. Pero siempre la mirada colectiva posibilita nuevas lecturas.

Uno de los problemas que se nos planteó al trabajar el texto poético fue ver de qué manera se ponían en funcionamiento los distintos modos de apropiación a la hora de leer y escribir y qué procesos de construcción de subjetividades se ponían en escena. Una de las posibilidades fue elegir un recorrido textual a través de tópicos recurrentes para abrir un abanico de significaciones. Y nuestra tarea como coordinadores fue posibilitar que todas las voces se escucharan, que todos los escritos de los alumnos circulasen y entre todos ir construyendo saberes.

 

La diversidad de consignas mostraron el fuerte valor performativo de las palabras. Según lo postulado por Bourdieu3, con los discursos producimos creencias y con esto producimos acciones. Los discursos construyen al mundo, hacen cosas. Acordamos con Egan4 que “la imaginación es la herramienta de aprendizaje  más potente y enérgica”. (Egan, pg. 12).

 

Estos talleres evidenciaron otra dimensión de nuestras prácticas porque  ofrecían diferentes rutas para el encuentro o reencuentro con los libros y la escritura. A partir de esta empiria compleja, en ámbitos en los que predomina la diversidad sociocultural y también la pobreza,  nos enfrentamos con una realidad que requería otro tipo de acercamiento, que  rompiera con las prácticas establecidas, para aprovechar esos modos de leer y escribir distintos de los paradigmas escolares y lograr el poder de convocatoria de las palabras. Para este fin, la poesía fue una magnífica aliada que posibilitó el encuentro con los textos e invitó a viajar para explorar nuevos territorios.