Cuento corto de Raúl Borchardt
NI LOCA
¿Dejarme a merced de la sirvienta? Jamás. Jamás de los jamases.
¿Para qué tengo marido? Total que se va a jugar al golf, y si llueve se arma un partido de póker. ¿Solo para eso dispongo de marido?
Ni se le ocurre brindarme un poco de compañía. Siempre surge algo más urgente. Si no es un trámite bancario hay un vencimiento que no admite dilaciones. ¡Y a mí que me parta un rayo!
Y la paraguaya esta que lo único que sabe hacer es hablar a los gritos. Como si yo estuviese sorda.
Los hijos brillan por su ausencia. Una dio a luz con dolor, con dolor de verdad, porque en aquellos tiempos no había epidural ni cosa parecida. Y total para qué, si ellos siempre tienen algo más importante que hacer. Se acuerdan, con suerte, el día del cumpleaños y ese día de la madre inventado por los comerciantes.
La chica me tiene harta con tantas indicaciones. Que es la hora de la pastillita, que se me va a enfriar la sopa, que no le como suficiente. Ni que me hubiese convertido en una criatura de pecho.
A las nueras ni hace falta nombrarlas. Refugiadas detrás de bebés, pañales, pediatras, guarderías, reuniones escolares. No les sobra tiempo ni para un llamado telefónico.
Que me tengo que mover. Que salga a caminar insiste el médico. Sola no me animo, y acompañada por la doméstica es un papelón. Yo por la calle con una mucama. ¿Se lo pueden imaginar? Antes muerta.
Mi marido perdió interés por el cine. A mí me entretenía. Tendrían que conseguirme una compañera presentable, algo así como una dama de compañía. Alguien con quien poder mostrarme en público. Porque esta sirvienta que tenemos, cuando llega el fin de semana y decide arreglarse queda hecha un clown. Toda pintarrajeada y la ropa colorinche a más no poder. Así es imposible.
Yo que fui educada primorosamente por monjas francesas venir a terminar junto a esta mujer chillona e iletrada. ¡Quién lo hubiese pensado!
Este es mi ultimátum. Me tienen que encontrar una solución. De lo contrario me quedo en la cama todo el santo día. En camisón como dios manda. A ellos y a la mucama que los parta un rayo.
Raúl Borchardt