Julio 2012
La secuencia natural de los cinco ciclos históricos – ya referidos en nuestra editorial de Julio 2012 – por donde transitó la historia argentina, tuvo como hilo conductor la formación y preservación del Poder Conservador, núcleo central de la Matriz de Poder Real que, en carácter hegemónico, influenció la dinámica de la sociedad argentina. Para no confundirnos en el amplio escenario de las ideas, es preciso enfatizar que en esta región de América, una vez que la riqueza minera del Alto Perú acentuó su declinación, la historia del proceso de acumulación de capitales mediante la explotación de tierras y mano de obra esclava, criolla y nativa durante el tiempo colonial y buena parte del siglo XIX no solo fue la historia en la cual se construyó la riqueza de los agronegocios de exportación cuyo esplendor permanece hasta el presente. Fue también la historia del núcleo duro del Poder Conservador cuya hegemonía predomina aun. En su época dorada, la riqueza asociada al comercio exterior agropecuario produjo la etapa de esplendor y progreso material y cultural que recuerda el país. De hecho, fue la estrella que iluminó la Argentina durante la segunda mitad del siglo XIX y apagó sus reflejos recién a partir de la gran depresión del año 29. La Cultura del Poder fue su expresión y su instrumento y, por su acción sistémica a lo largo de 160 años de historia, gobiernos y sociedad construyeron los destinos del país de forma compatible con su preservación. La construcción histórica de la trampa que actualmente estrangula a la sociedad argentina se procesó a lo largo de cada uno de sus ciclos históricos y sus particulares connotaciones fueron las siguientes:
El I Ciclo (1810-1853/60) de la historia Argentina fue el escenario nacional donde provincias del interior y Buenos Aires pelearon en luchas fraticidas con miles de muertos, por definir donde residiría el Poder de organizar y definir los destinos del nuevo país. La historia registró en detalle la esencia de aquellos conflictos y su veredicto final fue que el Poder para organizar los destinos del país debía residir y permanecer en Buenos Aires y región central. La solución reproducía, nuevamente, la situación colonial con una única diferencia: en vez de España, debía ser Buenos Aires la sede del Poder que comandaría el destino de la joven nación. Buenos Aires era la única región que pudo incubar e impulsar la formación de una clase dirigente articulando los intereses de la oligarquía terrateniente y de la burguesía comercial portuaria con el gran capital internacional comandado por la Inglaterra de los siglos XVIII y XIX.
Cual ironía de la historia, Argentina ponía en evidencia que los pueblos y regiones donde se consumaron las batallas contra el poder español, no serían los pueblos y regiones que finalmente controlarían el Poder de gobernar el país. Todos los conflictos, guerras y muertes que abonaron el suelo de la patria y nutrieron el mundo de las ideas de independencia, hasta Ayacucho y Caseros, tuvieron que rendirse ante la fuerza bestial del poder económico y financiero parapetado en Londres y Buenos Aires. El primer ciclo, en consecuencia, terminó cuando el Poder Conservador de la provincia de Buenos Aires y región central asumió formalmente el Poder de gobernar a toda la nación en procura de alcanzar, prioritariamente, los objetivos definidos y compatibles con sus propios intereses.
El II Ciclo (1853/60-1912/16) fue el ciclo de Europa e Inglaterra en la Argentina. Fue, de hecho, el escenario temporal dentro del cual la íntima asociación de intereses internos y externos para potenciar la producción, procesamiento industrial y comercialización internacional de productos agroalimentarios, tuvo la histórica misión de impulsar el esplendor y el progreso económico y social de la Argentina chica, confinada, básicamente, en torno a la región central del país. Por la naturaleza de las inversiones de infraestructura que la región central y el puerto precisaban para multiplicar y exportar las riquezas primarias del país, también se abrieron – aunque en escalas significativamente menores – alternativas de producción y progreso económico y social en las regiones del interior del país. Adicionalmente, por la inexorable funcionalidad de las inversiones y por la sensibilidad, visión, talento y honestidad de algunos de los primeros gobernantes del país los programas de alcance sanitario, educativo y cultural, aunque en menor intensidad, también beneficiaron a ciudadanos residentes en las regiones del interior. Dentro del II Ciclo, la inmigración masiva de familias europeas crearon un nuevo contexto social dentro del cual germinaron en el país nuevas ideas para organizar a los sectores sociales más vulnerables vinculados al trabajo a fin de impulsar un progreso más equitativo.
Fue al interior de este II Ciclo cuando en la última década del siglo XIX detonaron las tensiones entre grupos económicos vinculados al Gobierno de Juarez Celman y el país experimentó las secuelas de la revolución del 90. Mala praxis gubernamental, corrupción desmedida, desprecio secular por la cuestión social y laboral, incapacidad para cubrir compromisos externos, irresponsable manejo de la política monetaria y otras causas crearon el contexto necesario para la crisis terminal que 30 años de liberalismo extremo habían producido. Las crecientes presiones sociales por reformas laborales y una mayor participación ciudadana en la vida política del país acorralaron al poder conservador forzando la reconstitución de sus gobiernos y su compromiso con adoptar las medidas necesarias para ampliar la vida política y social del país. Al cumplirse tales compromisos con la llegada a la Presidencia de la República del primer gobierno Radical, finalizó el II Ciclo de la historia argentina y el Poder Conservador tuvo que ceder, temporalmente, su hegemonía sobre los destinos del país.
El III Ciclo (1912/16-1955) fue el período histórico dentro del cual se intentaron, realizaron y frustraron finalmente las grandes reformas económicas, sociales y políticas que la sociedad argentina trató de implementar para modernizar su organización institucional, consolidar su democracia republicana y federal, diversificar su economía y avanzar hacia destinos de Justicia Social. No fue posible concluir las reformas impulsadas durante los gobiernos radicales, ni tampoco pudieron concluirse las reformas propuestas e implementadas durante los 10 años de gobierno peronista.
En el transcurso del III Ciclo, el Poder Conservador no pudo controlar sus instintos y encontrar los caminos del acuerdo político para conciliar posiciones de gobernabilidad, progreso económico y equidad social bajo la conducción de aquellos partidos. Con las manos de las Fuerzas Armadas, optó por derrocar los gobiernos democráticos que gobernaban el país en los años 30 y 55 y recuperó su plena hegemonía para impulsar los destinos del país. Así transcurrió y concluyó el III Ciclo de la historia argentina.
El IV Ciclo (1955-2001) fue el escenario de la barbarie, del reformismo peronista, de la ilusión democrática y de la entrega del patrimonio nacional al Poder Conservador fuertemente influenciado por los intereses externos. Concluyó al final del 2001 con la crisis más profunda que sacudió los subsuelos de la nación argentina. Fue esencialmente un Ciclo conducido por el Poder Conservador, con la activa e irresponsable participación de sectores de las Fuerzas Armadas argentinas, de la propia población y de factores asociados externos vinculados al capital financiero. Sin embargo, al final del 2001, pese al carácter terminal de la crisis, la sociedad no pudo asistir a una misa de réquiem para velar los restos del Poder Conservador. Tampoco pudo cantar un Aleluya por el nacimiento de una nueva Argentina, bajo una nueva constelación gobernante en representación legítima de un Poder Social todavía ausente.
Sorprendiendo al mundo y a toda la sociedad argentina, a comienzos del 2002 se inicia el V Ciclo (vigente en la actualidad) bajo la conducción de viejos líderes políticos ya conocidos por la sociedad en las décadas de los 80 y 90 pero ahora transformados en nuevos gobernantes capacitados para reeditar sus promesas y fantasías. A pesar de los esfuerzos realizados por los nuevos gobiernos para avanzar en los procesos de recuperación económica y social, se percibe que el país no logra sedimentar cambios medulares en sus estructuras económicas-sociales ni erradicar los problemas de siempre que impulsaron su dolorosa involución. El Poder Conservador emerge nuevamente desde las cenizas de la crisis terminal del 2001 aunque para preservar y ampliar sus intereses de siempre se vio forzado a adaptarse, ceder espacios de poder y aceptar nuevos socios en los negocios de la economía nacional.