Desde Abajo

Junio 2011

Después de sancionada la Constitución de 1853, Buenos Aires mantuvo su separación de la Confederación durante siete años y retuvo en sus manos la facultad de reformarla hasta ajustarla a sus particulares intereses como condición para su reinserción junto al resto de las provincias  Después de haber logrado la plenitud de sus exigencias, Buenos Aires se reintegró a la Confederación y con la anuencia del nuevo gobierno nacional liderado por el General Mitre impulsó la plena vigencia de la Constitución reformada sobre todas las provincias del interior presionando por su cumplimiento obligatorio.

Impulsados por el Poder de sus desmedidas ambiciones, Buenos Aires y el gobierno nacional pasaron por alto el significado profundo de las extremas diferenciaciones económicas, sociales y culturales que caracterizaba la vida comunitaria en las diversas regiones de nuestro país. Como consecuencia, la norma jurídica finalmente sancionada,  lejos de potenciar el desarrollo integral de la naciente sociedad argentina fue  esencialmente funcional a los intereses de una matriz de poder conservadora y oligárquica que integraba su funcionamiento en carácter dependiente de las mutaciones de la economía internacional que, a partir del siglo XIX, estaba dominada por los intereses materiales del imperio británico.

La norma constitucional, reformada por Buenos Aires y finalmente sancionada, permaneció desconocida en vastas regiones y sectores de la sociedad argentina. Su estricto cumplimiento nunca configuró obligación absoluta ni responsabilidad de gobierno alguno ni de la propia  ciudadanía. Por la predominancia de tales percepciones, Argentina se fue distanciando, cada vez más, de su entorno regional sudamericano. Si en la primera mitad del siglo XIX las autoridades de Buenos Aires fueron reacias a destinar esfuerzos y recursos financieros para asegurar la independencia manteniendo la integridad del Virreinato y facilitó, con su conducta, la separación del Alto Perú (Bolivia), Paraguay y Uruguay, en la segunda mitad de aquel siglo, la institucionalidad sancionada por la Constitución del 53/61, terminó despegando, cada vez más, a Buenos Aires del propio interior argentino. Entre los múltiples testimonios sobre aquel momento histórico, destacan los siguientes:

Sarmiento expresaba: “Una Constitución Pública no es una regla de conducta para todos los hombres. La Constitución de las masas populares son las leyes ordinarias, los jueces que las aplican y la policía de seguridad. No queramos exigir a la democracia más igualdad que la que conciente la diferencia de razas y posiciones sociales. Nuestra simpatía para la raza de ojos azules.”

Florencio Varela, en su histórica y conocida proclama, decía: … “ser porteño es ser ciudadano exclusivista; y ser provinciano, es ser mendigo sin patria, sin libertad, sin derecho”…. De modo que las provincias eran desgraciados países sirvientes, pueblos tributarios de Buenos Aires que perdían la nacionalidad de sus derechos cuando se trataba del tesoro nacional. En esta verdad está el origen de la guerra de cincuenta años en que las provincias han estado en lucha abierta con Buenos Aires. ..”

Los hechos sucintamente referidos en párrafos anteriores, reveladores de la incontenida prepotencia del Poder sobre amplios segmentos de la población y del territorio, tuvieron profunda significación en el futuro desarrollo de la nación argentina. La fuerza de  la cultura del poder entronizada en el país quedó plasmada en el espíritu de su  Constitución y como ley suprema no escrita del régimen representativo, republicano y federal aseguró su vigencia y eficacia mediante la acción funcional y sistémica de los gobiernos de turno. Por el cordón umbilical que articulaba el mundo de los intereses materiales con la acción de los gobiernos circulaba la Cultura del Poder, fuente original de las virtudes y tragedias del presente.

Consumado por la fuerza del Poder el parto forzoso de la organización nacional, el país, lejos de avanzar hacia la cristalización del progreso y la equidad  social y territorial, fue deformando sus estructuras posibilitando que la Argentina del Atlántico (esencialmente Buenos Aires y la región central de pampa húmeda) pudiera acelerar y expandir su progreso material en forma funcional y dependiente de los intereses del comercio mundial de productos agropecuarios. Mientras tanto, la Argentina del Pacífico – las regiones del interior  que arrastraban en sus entrañas las raíces culturales más profundas de su pasado indígena y colonial y que habían luchado denodadamente para impedir su dominación por Buenos Aires – procesaba su lenta regresión hacia modalidades de supervivencia y pobreza y su propia supervivencia e tornaban cada vez más dependientes de la dádiva del gobierno nacional.

Cual ironía de la historia, los jóvenes de aquellas regiones, en la búsqueda de horizontes de progreso, terminaron despegándose de sus terruños de origen y silenciosamente avanzaron por los caminos de las migraciones hacia las grandes ciudades del centro del país donde se concentró la mitad de la población. Con mano de obra se abrieron los ferrocarriles, se multiplicaron las tierras tomadas a los indígenas, vinieron los inmigrantes, se ampliaron las fronteras de la producción y llegaron los grandes capitales para fecundar tanta riqueza. Así pasaron 70 años de fecundo progreso y Argentina se convertía en uno de los países más prósperos a escala internacional. Sin embargo, su desmedida urbanización y concentración demográfica en el centro del país terminó deformando, en carácter irreversible, las estructuras demográficas, políticas, institucionales, económicas y sociales del país.

Cuando las guerras mundiales cambiaron los escenarios del comercio mundial en la primera mitad del siglo XX, aquella orgullosa Argentina del atlántico encontró sus límites de expansión y sus habitantes quedaron entrampados entre nudos de contradicciones sociales que todavía permanecen sin resolución. La Argentina del siglo XXI registra ya, como hecho consumado, que al igual que los movimientos sísmicos resultantes del choque violento entre placas tectónicas, el desplazamiento de la Argentina del pacífico hacia el centro del país terminó incrustándose por debajo de la formación social del atlántico produciendo tensiones sociales de inusitada violencia en el corazón del conurbano bonaerense.

Con visiones de historia, nos será más fácil reconocer que tras ciento cincuenta años de olvido del interior por parte del gobierno central, residen, en la actualidad, en la periferia de las grandes ciudades del centro del país, inmensos contingentes de poblaciones pobres procedentes de la inmigración europea y de Perú, Bolivia, Paraguay, noroeste y noreste argentino. Los grandes desequilibrios sociales y territoriales que los sucesivos gobiernos nacionales no supieron, no pudieron o no  quisieron resolver en su tiempo y en sus espacios de origen, acumularon y potenciaron sus contradicciones y en la actualidad configuran problemas de muy difícil resolución. ¿Qué pensarán los candidatos a la Presidencia de la República sobre lo que nuestra historia nos dice y que políticas pondrán proponer para recuperar el país?