Mayo 2010
Dos preguntas y dos respuestas para inducir una reflexión sobre nuestro destino como nación.
¿Cuál fue la suerte de los gobiernos civiles post 1983?
Una comparación entre las experiencias realizadas por los diferentes gobiernos que ocuparon la Presidencia de la República en el curso de los últimos 27 años nos dice que la hiperinflación, la convertibilidad y la privatización del estado, el ajuste ortodoxo, la crisis social extrema y una salvaje y regresiva devaluación fueron los detonantes que arrasaron y nublaron los gobiernos de los Dres. Alfonsín, Menem, De la Rúa y Duhalde. Al evaluar aquellas experiencias, surgen dos conclusiones:
•todos los Presidentes referidos tuvieron el mismo final: dejaron sus gobiernos cuando los indicadores de desempleo, pobreza, inflación y violencia social estaban peor que cuando iniciaron sus respectivas gestiones. Merecieron, finalmente, la indiferencia, el olvido o el desprecio de la sociedad;
•todos fracasaron por la reiteración de la misma causa: ninguno de los cuatro gobiernos pudo o tuvo la voluntad y el coraje de impulsar un ajuste ascendente y fueron forzados o inducidos a apretar hacia abajo de la escala social para recomponer los equilibrios macroeconómicos. En otros términos, todos los gobiernos evitaron aplicar los programas de ajuste sobre las alturas de la pirámide social de ingresos para generar los recursos que la gobernabilidad del sistema requería. Ajustaron hacia abajo presionando sobre las últimas defensas de la sociedad y forzando su reacción desesperada.
La experiencia referida no fue exclusividad de los últimos gobiernos civiles. Desde mitad del siglo XIX, con muy pocas excepciones, Argentina reprodujo la misma mecánica de ajuste en la dinámica de las relaciones sociales para forzar gobernabilidad.
¿Cómo explicar el fracaso de los gobiernos?
El plexo axiológico del Poder Conservador en el seno de un mundo sustentado en el liberalismo, dio contenido y forma a la Matriz Original de Poder que impulsó el nacimiento de Argentina como nación independiente. Con el tiempo, cristalizó los genes de una Cultura del Poder que históricamente mantuvo su hegemonía sobre las conductas de gobiernos y sociedad. Aquella Cultura permaneció como fortaleza blindada al interior de las estructuras y superestructura de la sociedad argentina. Su rol esencial fue preservar y acrecentar, dentro del sistema social imperante, los históricos privilegios de una clase social dominante. La Constitución de 1853 fue su espejo. Mientras el comercio mundial fue altamente demandante tuvimos progreso. Cuando la crisis del 29 comprimió y reestructuró los mercados externos, Argentina redujo sus nexos de inserción y nunca pudo diversificar su matriz de producción, ganar competitividad en actividades secundarias y terciarias, generar empleos y rentas para asegurar niveles crecientes de progreso e integración social.
Mientras las puertas de la fortaleza del Poder permanezcan cerradas, crecerá la tensión social por entrar, independiente de quienes sean los gobiernos que administren sus entradas. Cual ironía de la historia, debe entenderse que este proceso es inexorable en la medida en que la propia expansión del capitalismo a escala mundial crea, en todos los rincones del mundo, las condiciones tecnológicas de información necesarias para impulsar a los pueblos a requerir y exigir mejores condiciones de bienestar. Lo expuesto no es, en consecuencia, un fenómeno exclusivo de la sociedad argentina.
Lo que sí configura una particularidad de nuestra realidad política, a diferencia de lo que ocurre en otros países vecinos, es el predominio de un escenario institucional caracterizado por una trilogía siniestra: pétrea y monopólica configuración del Poder Real; ausencia de un Poder Social cristalizado; y, finalmente, Gobiernos con vocación de transformarse en Factores Autónomos de Poder, al margen de la misma Constitución y del compromiso asumido ante los ciudadanos. Por esta obsesión inducida por las tentaciones que produjo la globalización del capital, desprecian su rol legítimo de representación del pueblo y asumen la defensa de otros intereses al servicio de objetivos grupales, partidarios o personales. Tal realidad, imposibilita implementar acuerdos de gobernabilidad del sistema, con redistribución de la riqueza y de los ingresos, destinados a posibilitar trabajo productivo y vida digna a toda la población.
A lo largo de nuestra historia, el Poder Conservador, para preservar sus intereses materiales, cristalizó una Cultura del Poder que influyó y condicionó la acción de los gobiernos y afectó negativamente las conductas de la sociedad argentina. Los genes de aquella Cultura, insertos en las raíces que dieron origen al ser nacional, permanecen activos hasta el presente. Se reproducen en el tiempo por medio de las Elites Políticas Dirigentes que imprimen en la praxis de las instituciones un estilo antidemocrático de gobernar, con tendencias al absolutismo, verticalismo, nepotismo, centralismo, al engaño, a la corrupción, a la intolerancia y a la hegemonía como método de administrar la cosa pública. Tamañas deformaciones aparecieron independientes del carácter militar o civil, radical o peronista de los sucesivos gobiernos.
Aquella Cultura del Poder, al condicionar la acción de los gobiernos generó reflejos que influyeron también en la conducta de la sociedad inoculándole los genes de la desconfianza y el escepticismo sobre toda acción oficial. Con tales resultados, el Poder Conservador consiguió aislar a los gobiernos de todo sustento social transformándolos en presa fácil de sus intereses y voluntad. En general, salvo honrosas excepciones, la sociedad terminó dando la espalda a los gobiernos funcionales y permisivos y concentró sus energías hacia adentro de si misma. Dos hechos resultaron de tal comportamiento. Uno positivo, otro negativo.
Por el lado positivo, a sabiendas de que ninguna ayuda relevante podría esperarse de los gobiernos, muchos argentinos, en base a un enorme esfuerzo individual, potenciaron sus talentos en los mundos de las ciencias, de las profesiones, de los oficios, de las artes, de los deportes, logrando resultados destacados que merecieron amplio reconocimiento internacional. Por el lado negativo, esterilizó afanes de participación social limitando la maduración de sentimientos colectivos. Derivan de tales circunstancias las extremas dificultades que la sociedad argentina encuentra para aunar sus energías a fin de impulsar la construcción de un Proyecto común de Nación.