Noviembre 2011
Pasaron ya las elecciones. Pueblo y gobierno estaban esperanzados en tomarse de la mano y caminar hacia un país mejor. Sin embargo, tras sus primeros pasos, la realidad del país abrió súbitamente la puerta de las sorpresas y, en el marco de una crisis internacional cuyos impactos y profundidad se desconocen, la incertidumbre y el miedo alteraron el ánimo colectivo nublando los cielos de las mañanas argentinas. Las casas de cambio de pronto se poblaron de ciudadanos deseosos de cambiar sus tenencias de pesos para posicionarse en dólares en la búsqueda de protegerse mejor ante la eventualidad de futuras tensiones en el frente de la economía.
Será tema discutible el determinar cuales fueron las razones que motivaron la creciente incertidumbre que desataron los hechos comentados en este editorial. Algunas voces señalarán a la inflación generada por los excesos del gasto público o por la generosa emisión monetaria del Banco Central; otros podrán atribuirlas a la inercia del gobierno frente al mapa de desequilibrios estructurales que se potenciaron en el curso de los últimos años. También se escucharán voces que expliquen la inestabilidad cambiaria como resultado de la crisis internacional o por la acción amenazante de grupos económicos adversos al gobierno actual. En todo caso, su discusión desborda la superficie temática de este Editorial.
Lo que sí nos interesa destacar, en carácter de profunda convicción, es que, independientemente de las motivaciones que pudieran haber determinado las recientes tensiones en el sistema monetario y cambiario, Argentina carece de un sistema trimonetario que, en carácter regular y simultáneo, asegure a la sociedad:
a)el imperio de la moneda nacional de curso legal en todo el amplio territorio nacional para la realización de todas las actividades que demande la sociedad;
b)La legalidad y libertad para realizar operaciones en divisas que aseguren la fluidez del comercio exterior y operaciones externas de orden personal-familiar;
c)la permanente vigencia de una tercera moneda como unidad de cuenta de valor constante para referenciar la preservación de los mecanismos de ahorro-inversión y facilitar la realización de operaciones mercantiles que requieran de contratos proyectados en el tiempo.
Un país sin un sistema monetario estable es un velero a la deriva que solo puede avanzar hacia un destino mejor siempre y cuando la fuerza de los vientos y la suerte del destino le acompañen. Sin embargo, en cualquier momento en que la sociedad perciba rumores de un posible peligro repliega sus alas de esperanza y aún con viento a favor no podrá superar su desconcierto. Una economía moderna sin crédito no puede superar las telarañas del precapitalismo. Y el crédito para la reproducción del capital es imposible de ser otorgado por el sistema bancario en una sociedad que palpita tan solo en la dimensión del corto plazo sin ningún mecanismo de indexación que posibilite asegurar la permanencia del valor de la moneda.
Una economía sin inversiones cercanas al 30 % del PBI nunca podrá generar los empleos que la sociedad argentina requiere para derrotar la exclusión y la pobreza y una sociedad sin un sistema de ahorro-inversión en moneda nacional que pueda asegurarle al ahorrista y al inversor la preservación del valor del esfuerzo realizado y una retribución positiva – que es en definitiva la medida de su trabajo bien como la medida de su consumo pospuesto – nunca podrá comprometer sus mayores energías para impulsar el progreso del país. Preferirá, naturalmente, desviar sus ahorros hacia otros sistemas y el ahorro argentino junto a la inteligencia de sus técnicos-científicos y emprendedores seguirá desplazándose hacia otros países y mercados en busca de reconocimiento y justa retribución.
La adopción de un Sistema trimonetario como el ya referido en este Editorial, configura, además, un poderoso instrumento de disciplina para aquellos Gobiernos realmente interesados en controlar la inflación y administrar con sabiduría la emisión monetaria y el gasto público. Su puesta a punto y su institucionalización requerirán la tarea creativa del Parlamento, del Poder Ejecutivo y del Poder Judicial y para su eficiente implementación será necesario contar con una red de instituciones dotadas de elevada capacidad operativa. Se recomendaría, además, estudiar en profundidad las experiencias que países vecinos pudieron realizar – desde ya más de 40 años – para estabilizar sus sistemas monetarios y sustentar las olas de progreso material que impulsaron el bienestar de sus sociedades.
Para asegurar que la historia puede repetirse, sería prudente recordar también que fue bajo la Presidencia del General Julio A. Roca, hacia fines del siglo XIX, cuando el país pudo lograr, por vez primera, la institucionalización de un Sistema Monetario que, a pesar de sus reconocidas imperfecciones, hizo posible sustentar años de progreso a nuestro país. Después de la Gran Depresión del 29, Argentina nunca más pudo recrear ni instituir las bases de un sistema monetario que, junto a un conjunto mínimo de otras Políticas de Estado, pudiera asegurar el trabajo, el ahorro y la inversión como fuentes de progreso y bienestar.
Al tenor de las convulsiones que a diario nos informa el escenario mundial, cabe preguntarnos: ¿habrían llegado los tiempos para que Argentina pudiera emprender esta ciclópea tarea dando inicio a una nueva etapa en que Gobernar pueda significar avanzar en la implementación de las profundas reformas que la sociedad reclama? Si la respuesta fuese positiva, se avecinan los tiempos de los grandes estadistas que nuestra sociedad reclama para mejorar su presente y ampliar su futuro.