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En la casa de la puerta naranja, Martín Domecq

 
Están creciendo nuevas casas en el interior de mi casa. No quiero
alarmar a nadie pero antes de ayer eran siete, ayer conté veintidós y
hoy… Hoy creo que son más de cincuenta. Juro que no vi aparecer la
primera, ni la segunda. Cuando las descubrí, ya eran siete: como una
colonia, como si fueran hongos. Había dos en el baño, tres en la cocina,
dos en mi dormitorio. Así comenzó, de golpe, esta proliferación de casas
todas diferentes, de las más diversas formas y colores… Al principio,
pensé que podría controlarlas. Aproveché que eran minúsculas y esas
primeras siete las barrí y hasta hace poco estaban en la cocina, en una
bolsa de residuos. Son dóciles. No me impidan moverme. Parecen habitadas
o encantadas. No me preocupa que me invadan, no es eso. Me inquieta otra
cosa. Descubrí que cada vez que me paro enfrente de una de esas casas en
miniatura, su puerta crece: crece y se planta enfrente de mí con la
contundencia de una puerta completamente real, como si fuer a la puerta
de mi verdadera casa. Si me alejo unos pasos la puerta vuelve a ser
minúscula como el resto de la casa pero… ¿cuánto tiempo podré resistir a
la tentación de atravesar una de esas puertas? Hoy pasé todo el día
parándome enfrente de cada una de las casas para agrandar sus puertas…
Un paso para adelante, tres para atrás: las agrandaba y las achicaba.
Hasta saqué las casitas que había tirado a la basura para examinar sus
puertas a escala real. A duras penas, conseguí contener mi brazo que
quería adelantarse, mi mano que quería asir los picaportes… Me quedé
frente a las puertas, solo, sin tocarlas, pensativo, soñador, a veces,
inexplicablemente triste. Sucede que, desde que aparecieron todas esas
casas, me invadió una sensación extraña, una mezcla de soledad y de
viento helado en el corazón. No sé cómo describirlo, estoy en mi propia
casa y es como si estuviera en la calle, en una plaza, en una autopista
o en un desierto lejos de cualquier lugar. H ace tres días que estoy
encerrado y siento que estoy de viaje, que no consigo llegar a ninguna
parte. Una pregunta me quita el aire o el sueño: ¿qué me espera si entro
en una de esas casas? Infelizmente, es una de esas preguntas que, apenas
formulada, no te dan opción, te obligan a vivir una respuesta. Escribo
porque no puedo esperar. Mañana talvez habrá cien casas más. Dentro de
una semana quién sabe si serán más de mil… El viento helado sopla cada
vez más fuerte, no hay nada más parecido a la intemperie que este techo
que me protege. No lo aguanto más, necesito entrar en una de esas casas,
en este preciso instante. La de la puerta naranja podría ser mi casa.
Talvez la puerta se cierre atrás de mí y no pueda salir… Dejo esta nota
con la insensata esperanza de que si me pierdo, de que si en los
próximos días no aparezco, alguien entre a mi casa, e intente
rescatarme, no sé cómo… Un oscuro presentimiento intenta detenerme.
Susurra que en cualquiera de esas casas, no importa cuál elija, no
encontraré a nadie cuando entre, solo hallaré abandonada una nota igual
a esta. Pero basta de especulaciones, lo mejor es entrar ahora.