La creatividad y la escuela.
Según Poveda, la creatividad es un proceso. En este proceso intervendría el adulto. Pero todo depende de la concepción que el adulto tenga del niño.
¿Es un niño que aprende, un ser que atraviesa etapas o un alumno al que hay que guiar y decirle lo que debe hacer porque todavía no sabe nada? En este último caso, el niño sería un “leedor”.
Siempre tuve la impresión de algo que “no sonaba” en relación con la idea de niño desde la escuela. Pero solo quedaba en mí esa sensación rara e incomprensible ¿Por qué ese malestar frente a una palabra tan común y aceptada para mencionar al niño que va a la escuela a aprender?
Si tenemos en cuenta las corrientes conductistas que hablan del aprendizaje del niño y de la enseñanza por parte del docente, encontraremos una estructura rígida donde uno da (el que sabe) y otro aprende (el que no sabe). Esta idea aun perdura en los tiempos que corren.
Desde siempre el niño fue considerado un ser pasivo que recibe de quien posee el saber. Entonces, al entrar a la institución escuela se transforma en “el alumno”: a= sin, lum (lumine, luz), o sea, “el sin luz”. En la escuela va a llenarse de luz a través del saber que va a adquirir, porque él no sabe.
Y digo que persiste más allá de las corrientes teóricas que hablan del niño actor, protagonista de su aprendizaje, crítico, cuestionador, etc. O sea, de la corriente constructivista que no logra unir teoría con práctica. Más allá del discurso dicotómico de las políticas educativas y de los docentes de todos los niveles. Porque hemos sido educados para repetir lo que el docente quiere escuchar, lo que él sabe y que es así y no de otra manera.
Pero ¿qué tiene que ver esto con un proceso que apunte a la creatividad? ¿Que apunte a que el niño pueda disentir, cuestionar, pensar por sí, dejar libradas sus cavilaciones y respuestas a un pensamiento distinto y libre? ¿Por qué tiene que haber una sola respuesta para una situación?
Por eso, el “alumno” no es escuchado”, es un ser que debe escuchar y aprender. Por eso, más de una vez se ABURRE y a veces se PORTA MAL, esconde útiles, empuja, habla de cualquier cosa. Porque la didáctica en sí, no contempla los intereses ni da lugar a que el niño sea partícipe de su propio aprendizaje. No hay incentivo para la observación, para la curiosidad, para la experimentación. No se propicia el descubrimiento porque todo está descubierto ya por el adulto. No hay espacio para la acción, la participación, sino para la repetición.
Consideramos al niño “alumno”, un ser incompleto, al que le falta siempre algo. Nuestra mirada sigue siendo desde nuestra adultez, tantas veces incompleta.
¿Somos capaces de escuchar ideas tal vez insólitas? ¿De sorprendernos, de reconocer cuánto no sabemos, de recrear una idea o crear nuevas respuestas?
Porque el camino de la creatividad es un camino que se aprende, que se teje entre uno y los demás.
Creo que todos los seres humanos nacemos como un hecho biológico y nos “hacemos” nos desarrollamos a medida que vamos viviendo “con”, hasta el último día de nuestras vidas.