La Cultura del Poder y la Involución Argentina. (Marzo 2009)
Este artículo no fue escrito para inducir interpretaciones dogmáticas, ni apologías partidarias. No se propuso criticar el accionar del gobierno. La involución argentina excede la dimensión temporal de una administración y por su importancia vital, supera la dimensión de los personajes que ocuparon roles de gobierno en las últimas décadas. Tampoco concentra su contenido sobre la compleja coyuntura económica y social que ensombrece la primera década del siglo XXI. Escrito desde una serena perspectiva, el artículo presenta una visión histórica-estructural no convencional sobre el “problema argentino” y avanza una propuesta respecto al “que hacer” para reconstruir el país.
1. Componentes originarios de la Matriz de Poder
Los agentes que integraron en su origen la matriz fundacional del país alumbraron una singular Cultura del Poder cuya irradiación sobre gobiernos y sociedad perdura hasta el presente. En el curso de los 200 años de historia argentina, las personas físicas, naturalmente, desaparecieron y otras se incorporaron a la matriz. En términos de prototipos representativos, algunos dejaron la escena pública, otros mutaron sus formas de actuación pero, en su conjunto, integraron la elite política dirigente y fueron los principales responsables por la involución argentina. El pueblo y en particular sus sectores sociales mayoritarios, en todos los tiempos, fueron testigos y víctimas de los errores y abusos de poder cometidos por su elite.
Una imagen conceptual con cuatro círculos concéntricos posibilitaría identificar los principales biotipos, o actores sociales que integraron la elite dirigente del país a lo largo del tiempo. Aquellos incluidos en el primer círculo – los conquistadores, adelantados y encomenderos, dueños de la tierra, estancieros y comerciantes del puerto de Buenos Aires – fueron los que en los tiempos de fundación del país imprimieron su carácter y marcaron su destino. El segundo círculo, íntimamente vinculados al primero, refiere la participación de militares y religiosos que pusieron sus armas y oraciones al servicio de quienes ejercitaban el poder real.
El tercer círculo incluye la acción de actores sociales que impulsaron la economía y la inserción del país en el comercio y en las finanzas internacionales. Estuvo integrado por intermediarios financieros, banqueros extranjeros, organizaciones sindicales, entidades patronales, multinacionales de la comercialización y agentes de los medios de comunicación. En este elenco de actores, el dinero, el egoísmo y la codicia también aportaron para formar el carácter, modelar las costumbres y fijar los valores culturales de la sociedad argentina.
Por último, el cuarto círculo refiere la acción decisiva de los personajes de la política. Durante un largo período – desde mediados del siglo XIX hasta la década de los 70 – asumieron la presidencia de gobiernos civiles o militares por inducción o representación de los factores reales de poder, pero a partir de la década de 1990 comandaron desde gobiernos civiles el curso de la vida nacional actuando como factores autónomos de poder. Aunque por vanidad o codicia pretendieron despegarse de sus históricos mandantes con gestos de independencia, culminan su vida pública escindidos de la sociedad y envueltos en las emanaciones de aquella cultura anacrónica del poder que Argentina debe enterrar para liberarse y reconstruir su futuro.
Sus nuevos roles fueron potenciados por la globalización del capitalismo. En los últimos 25-30 años, los políticos gobernantes se despegaron deliberadamente de la sociedad. Se apartaron de la norma constitucional que regula sus funciones y de las promesas que formularon al electorado en el transcurso de las campañas políticas. Liberados de tales compromisos, con Fuerzas Armadas destrozadas y desmoralizadas, administraron con discrecionalidad los recursos del presupuesto nacional para incrementar su poder político y sus patrimonios personales, grupales o partidarios. Se asociaron al gran capital o asumieron roles de representación o intermediación mediante la utilización de una red de acólitos y testaferros. Sustentaron su poder en sólidas alianzas con empresarios locales y cúpulas del sindicalismo empresarial, símbolo del nuevo capitalismo de amigos, sin capital pero dependientes de subsidios del gobierno.
La historia, algún día, podrá aportar fundamentos a la hipótesis que señala a la guerra de Malvinas como un episodio funcional destinado a destruir las Fuerzas Armadas para posibilitar el posterior desmantelamiento del estado argentino, el fin de sus programas de investigación en tecnologías de punta y la consecuente desnacionalización de su economía. En este escenario posible, la desmesura de un general habría servido como el detonante esperado. Las circunstancias referidas dieron sustento al nuevo rol de los políticos gobernantes.
Con sus nuevas actitudes, la dirigencia política logró someter a sus designios al Congreso Nacional y a la mayoría de los gobiernos provinciales y municipales monopolizando el diseño de las políticas públicas de manera funcional a sus propios intereses. Como consecuencia, se agudizaron recientemente los conflictos entre gobierno, sociedad y factores tradicionales de poder. Los problemas con las entidades rurales y la apropiación de los fondos de pensión fueron sus primeras manifestaciones.
Centrando la reflexión en los actores sociales que integraron la matriz original de poder real – referidos en los tres primeros círculos concéntricos – obsérvese que los valores y conductas sociales de aquella privilegiada minoría exteriorizaban no solo excepcionales circunstancias locales de riqueza y de poder. Su memoria cultural europea, integrada por relatos con más de mil años de historia, también almacenaba códigos inherentes a las relaciones de poder en el ámbito de los grandes imperios, de las monarquías europeas, del feudalismo, de las guerras territoriales, del colonialismo ibérico y europeo, de las luchas religiosas y del naciente capitalismo.
Las condiciones de la geografía local y las consecuencias de la historia colonial en tiempos del naciente capitalismo, propiciaron, a partir del siglo XVIII, una extrema concentración de la riqueza y del poder en las fértiles praderas que unían las pampas y puertos de la región central del territorio. En aquellos tiempos, cuando la riqueza de los metales se apagaba ya en el alto Perú y el mundo abría el comercio interoceánico de lanas, cueros, carnes y granos, ninguna otra región dentro de América podía competir con Buenos Aires y su entorno geográfico. En esencia, la propia cultura pudo alinear y concentrar en un privilegiado perímetro geográfico circunstancias especiales de la historia y de la economía internacional animando las luces del ALEPH que iluminó el Poder en la escena argentina desde su nacimiento como nación.
Las conductas, valores, hábitos y costumbres de los actores sociales que integraron la matriz original de poder impregnaron con sus genes de autoritarismo, centralismo, intolerancia, omnisciencia y arbitrariedad la praxis de los nacientes gobiernos e instituciones. En el curso de 200 años de historia argentina los mismos genes de aquella cultura autoritaria, también activaron en la población, en las organizaciones sociales, en su clase obrera y en las comunidades rurales del interior del país, virus de escepticismo, rebeldía y desconfianza respecto al poder y a la acción de gobiernos e instituciones.
Aquella constelación de circunstancias históricas, geográficas y culturales impulsaron el big bang original que alumbró la nación. Con sus átomos y partículas el tiempo fue macerando en Argentina una singular Cultura del Poder que al erosionar la capacidad operativa de las instituciones del estado y contaminar los sentimientos de gran parte de la sociedad terminó debilitando los cimientos sobre los cuales debía funcionar la república, la democracia y el federalismo (1).
En 200 años de historia argentina cambiaron, naturalmente, las personas y personajes que integraron la matriz original del poder pero, a pesar de sus mutaciones internas, sus miembros e instituciones representativas conservaron la capacidad de afectar los destinos de la nación sea por su directa participación en roles de gobierno o por medio de sus influencias para designar la elite política dirigente que tomaría a su cargo la administración de las instituciones del estado a nivel nacional, provincial y municipal.
Los párrafos precedentes resumen, en profundidad, el problema argentino. En el curso de su historia, la elite política dirigente, no pudiendo dominar a plenitud la conducta de la población y de la clase obrera, en particular,(2) concentró sus energías ocupando posiciones claves dentro de las instituciones del estado desde donde controlaron el diseño de las políticas públicas, la banca y el funcionamiento de los principales mecanismos institucionales, administrativos y financieros del estado. Desde tales posiciones, orientaron las políticas públicas para preservar los intereses de la matriz original de poder y, en el curso de los últimos 25 años, sus propias ambiciones.
Vale observar que la cultura que en la actualidad sustenta la acción del gobierno, con marcados rasgos de autoritarismo, soberbia, verticalismo, centralismo, intolerancia, no es ajena al plexo axiológico que impregnó la vida del país desde los tiempos de su fundación como nación. La herencia medioeval de sus instituciones agrarias, la elevada concentración de la propiedad de la tierra, las extremas diferenciaciones en la distribución de la renta nacional, la funcionalidad de la Justicia a las fuerzas del poder, los códigos de un severo verticalismo dominante en las formaciones militares y en las órdenes religiosas, la tradición del contrabando en el puerto de Buenos Aires, la predominancia absoluta de la región pampeana en la formación del país, las luchas fraticidas de Buenos Aires contra el interior, las dolorosas experiencias de los gobiernos militares en los siglos XIX y XX, el verticalismo doctrinario del peronismo y su pragmatismo oportunista, son algunas de las expresiones que gestaron la cultura del poder vigente todavía en la Argentina del siglo XXI.
En consecuencia, para eliminar de la vida nacional las expresiones de impunidad y abuso del poder político y encausar a la nación por senderos de democracia, república y federalismo, tendremos que sustituir la actual elite política dirigente entronizada en las instituciones, neutralizar en nuestra memoria colectiva las anacrónicas expresiones del pasado cultural, instituir nuevas normas de conducta política y de convivencia social y sembrar, mediante el ejemplo de los nuevos gobernantes, confianza y esperanzas en la población respecto a la necesidad de su activa participación para reconstruir el país.
2. Hacia una interpretación histórica-estructural del problema argentino
El “problema argentino”, materializado en su dolorosa involución (3), configura un caso singular, paradigmático, sin paralelo en la historia latinoamericana. Es un caso único y no tiene explicación racional posible si en el análisis se utilizan solo escenarios de corto plazo o instrumentos de naturaleza parcial centrados en la conspiración de potencias extranjeras, en los defectos del mosaico inmigratorio, en la insuficiencia de educación de su población, en la incapacidad de los gobernantes o en sus miserias morales. La esencia del “problema” trasciende el tiempo, las conductas, virtudes, debilidades e ignorancias de las personas y se inscribe en una amplia dimensión temporal, histórica, cultural y social.
Tampoco puede ser explicado utilizando tan solo el instrumental de la economía. Esta disciplina, por si sola, carece del instrumental necesario para comprender una dinámica socio-cultural estructurada en base a relaciones históricas de poder que siendo flexibles e invulnerables al paso del tiempo mantuvieron los ejes de dominación dentro de una sociedad organizada por clases antagónicas. Desde alguna otra perspectiva se argumenta también que la esencia del problema argentino radica en la escasa flexibilidad e inteligencia de los diferentes estilos de gobierno.
El continuo fracaso del país ya aportó las pruebas necesarias para constatar que ni el despotismo ilustrado, ni el personalismo, ni el caudillismo, ni el populismo, ni el militarismo, ni el gatopardismo, ni el gradualismo, bajo el signo partidario que fuese, pudo administrar soluciones eficaces para resolver el problema argentino. Por último también desde las ideologías de los partidos políticos es muy difícil explicar la involución argentina pues todos los gobiernos que administraron el país fracasaron independientemente de su filiación al conservadorismo, al liberalismo, al peronismo o al radicalismo y ninguno de ellos pudo conducir a la nación por largos períodos de progreso y equidad.
En nuestra opinión, el “problema argentino” encuentra su raíz explicativa en una matriz original que generó una cultura anacrónica sustentada, básicamente, en un único eje sectorial y regional de poder que penetró y quedó anclado, básicamente, en el fondo de la historia y geografía pampeana. El otro extremo del eje, aunque fluctuante a lo largo del tiempo, permaneció siempre amarrado a una plataforma externa que administró, comercializó y financió su comercio internacional.
Otros países latinoamericanos, por su mismo origen histórico, también presentaron estructuras dependientes de un eje estructural anclado en una plataforma externa que administró el comercio y el financiamiento a los gobiernos. La profunda y gran diferencia, es que aquellos países, a diferencia de Argentina, en vez de haber sido estructurados por un solo eje de poder enraizado en un único sector productivo localizado en una única región del país sustentaron su formación histórica en una pluralidad de ejes complementarios anclados en una diversidad de regiones y sectores productivos. De cada uno de aquellos ejes de poder real, emanaron valores y conductas que plasmaron en el tiempo una cultura de poder de alcance nacional sustentada en códigos de convivencia consensuados entre niveles de gobierno, poderes del estado, regiones, sectores empresarios privados, instituciones y estratos sociales.
Por tales circunstancias, aquellos países pudieron madurar culturas que influenciaron decisivamente en la formación de gobiernos más tolerantes, respetuosos de sus respectivos marcos constitucionales, abiertos a una gestión profesional y propensos al diálogo entre regiones y estratos sociales. En general fueron gobiernos situados a distancia del autoritaritarismo, omnisciencia y centralismo que dominó, salvo en honrosas excepciones, la historia institucional argentina.
No resulta extraño, en consecuencia, que países como Chile y Brasil pudieron acordar un Proyecto Nacional como guía para su desarrollo sustentable y Argentina permanece, todavía, navegando al impulso de los vientos sin concebir ni estructurar su destino como nación. El único Proyecto con sustancia de poder real que pudo implementar la Argentina a partir de 1870-80, fue un proyecto de clase, concebido, principalmente, para impulsar el crecimiento de un sector, de una región y solo pudo derramar beneficios sobre una parcela minoritaria de la sociedad argentina por un período determinado (4).
Cuando las nuevas tecnologías del transporte y del frío durante la segunda mitad del siglo XIX abrieron al mundo la riqueza argentina, los intereses de la región pampeana – pampa y puerto – impusieron a los gobiernos la necesidad de contraer empréstitos británicos para avanzar en la construcción de ferrocarriles, infraestructura complementaria y urbanización de ciudades. Fueron, en realidad, acciones impuestas por los dueños de la tierra, por comerciantes y financistas que visualizaron pingues ganancias con tales emprendimientos. Tal realidad requería la inmigración para proveer la mano de obra necesaria y apropiarse de las tierras ocupadas por los pueblos nativos.
Las extraordinarias ganancias provenientes de los negocios agrarios internacionales con financiamiento británico valorizaron la tierra y determinaron las políticas realizadas por los gobiernos en la segunda mitad del siglo XIX para impulsar y proteger los intereses nucleados alrededor de la matriz original de poder. Fueron sus negocios concentrados con altos márgenes de ganancia los que impusieron los programas y políticas que debían implementar los diferentes gobiernos a partir de la segunda mitad del siglo XIX.
La construcción de ferrocarriles hacia el interior de las regiones argentinas, la creación de infraestructura complementaria, la lucha contra los indios, la imigración, los programas de educación y salud, la expansión de la frontera agropecuaria, la ampliación de puertos y el perfeccionamiento de las comunicaciones y de la administración financiera, cambiaria, monetaria fueron objetivos que realmente debían cumplirse para ampliar el comercio exterior bajo presión de los capitales instalados en la región pampeana. Tales impulsos llegaron hasta la primera guerra mundial y caracterizaron el eje de las políticas públicas. Durante este período, la cultura del Poder se transformó en impulso permanente para orientar la acción de los gobiernos locales bajo la permanente tutoría de instituciones, empresas y fuentes financieras del Imperio británico.
En aquellos tiempos, la pobreza, la exclusión y el desempleo ya marcaban su presencia en el escenario nacional y la débil institucionalidad republicana, la inequidad distributiva, la centralización de los recursos fiscales y la absoluta ausencia de participación de la ciudadanía en las políticas públicas no merecían la atención de los gobiernos que desplegaban sus gestiones en el marco de regímenes conservadores cuyo acceso solo estaba permitido a pequeñas minorías.
Con la primera guerra mundial, el mundo cambió para la Argentina. En las décadas siguientes, su economía se cerró y ansias nacionalistas y gobiernos autoritarios petrificaron la cultura del poder dominante en el país aislándolo de los cambios que otros países vecinos experimentaban en sus procesos de organización institucional y administrativa. El turismo internacional no existía y ninguna influencia cultural externa pudo penetrar en el país a excepción de aquellos nexos que mantenían los sectores de altos ingresos con Europa y EEUU.
La secuencia de agresiones al orden institucional por parte de las fuerzas armadas mantuvo al país distante de la comunidad de naciones y ningún organismo internacional pudo radicarse en el país para estimular la formación de nuevas ideas en materia de desarrollo económico, social e institucional. Argentina avanzaba hacia la obscuridad en cuanto países vecinos se abrían a las influencias del pensamiento contemporáneo y ofrecían su cooperación como receptores de las nuevas instituciones del orden internacional naciente.
Gobiernos y sectores importantes de la sociedad permanecieron largo tiempo amarrados a pruritos nacionalistas, a obscurantismos ideológicos, a falsos espejismos creados por una singular riqueza pampeana que si bien alimentó la ilusión de un país condenado al éxito permanente, escondía, en la realidad, profundas grietas en el tejido social y en la integración territorial de nuestra población.
En Argentina, la elite política dirigente incrementó su importancia en el curso de los últimos 30 años cuando, en razón de cambios ocurridos en la esfera de la política y de la economía internacional, utilizó sus posiciones dentro de los gobiernos para habilitar en el país las operaciones del capital internacional y ponerse al servicio de las rígidas estructuras de la tradicional clase dirigente. Por tales mecanismos la “elite política dirigente” potenció sus aspiraciones de transformarse en Poder Autónomo merced a sus habilidades para usurpar las instituciones y aprovecharse del manejo discrecional de los recursos públicos. Concretamente ganó densidad después de Malvinas, amplificó sus pretensiones a partir del menemismo en los 90 y desbordó a partir del siglo XXI.
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En la dinámica de su diario accionar, ciertos políticos y funcionarios con ética, profesionalismo y responsabilidad pública vieron erosionado su trabajo por la acción de aquellos que optaron por esquivar sus responsabilidades constitucionales y pasaron a desempeñarse como integrantes de bandas orientadas al saqueo de los bienes públicos y a la obtención de ventajas políticas partidarias o personales. Cuando el mal ejemplo cundió desde las más altas posiciones del gobierno, sus miembros terminaron infectando a una gran porción de la elite política dirigente. Sus actos, aunque algunos denunciados ante la Justicia, permanecieron impunes transformándose en cualidades representativas de la viveza criolla que tanto daño causó a la sociedad argentina.
La costra infectada dentro de la elite política dirigente siempre existió en la esfera de los gobiernos pero solo adquirió densidad, estado público y manifestó explícitamente sus pretensiones de poder autónomo en el curso de los últimos años cuando el capitalismo global, al intensificar su participación en la economía nacional, pasó a requerir creciente número de gestores, intermediarios y testaferros. En tiempos anteriores, era menos significativa la parcela de dirigentes políticos que dejaban de honrar sus mandatos para avanzar en la búsqueda de privilegios personales o para posicionarse abiertamente en la defensa de intereses privados, internos o externos.
A lo largo del siglo XIX, ocurrieron reiterados episodios en que funcionarios locales lideraron gestiones reservadas para concretar operaciones comerciales y empréstitos con la banca inglesa. Tales acciones dieron impulso al surgimiento de una fina capa de intermediación que abiertamente utilizaba su poder de acceso a los gobiernos para servir espúreos intereses propios y ajenos. Hacia el mismo período, la apropiación violenta de tierras y su entrega a familias del privilegio fue otro escenario de amplia corrupción con abierta participación de políticos en acción e intermediarios del poder. En la segunda y tercera década del siglo XX, la compra y venta de frigoríficos y empresas de servicios públicos constituyeron casos bochornosos de una costra de intermediarios de la política que también se apropiaron de recursos públicos poniendo en evidencia la impunidad dominante en la sociedad argentina.
Después de 1930, cuando cambiaron de signo los mercados externos, el poder real dominante en la sociedad argentina nunca pudo armonizar el progreso y la equidad social en el país con la nueva coyuntura de la economía mundial. El Proyecto de Perón en los 40, orientado a capturar parte de la renta agraria para diversificar la economía y completar el ciclo de la industrialización, fue abortado con violencia en 1955. Los dos gobiernos radicales que por muy poco tiempo administraron el país en los 60, a pesar de sus intenciones, pasaron desapercibidos. Los gobiernos militares que usurparon el gobierno profundizaron el caos y solo acrecentaron las muertes de civiles, el odio y el rencor de la población. Por último, los gobiernos civiles posteriores al 83 terminaron la tarea de desmantelar el estado, profundizaron la desintegración regional, la quiebra de su economía, la pérdida de esperanzas y la acentuada involución social e institucional del país. Fueron incapaces de concebir y administrar un Proyecto Nacional de Desarrollo que atendiera los requerimientos sociales de la población. El país navega sin destino y la sociedad sobrevive al amparo de la ley de la selva. Argentina se transformó en un país gobernado por personas descalificadas y desconocidas, situadas más allá de la razón, de la culpa y de la vergüenza. Las necesarias excepciones confirman la regla.
3. ¿Qué hacer?
El autor asume que la solución del problema argentino no podrá acontecer con solo elegir una nueva fórmula presidencial, sean cuales fueren sus virtudes personales, estilos de acción o ideologías. En el marco de esta interpretación, el “Problema argentino” solo podrá ser resuelto cuando la población logre acumular suficiente Poder Social para imponer una nueva dirigencia comprometida a:
a) desplazar de las principales instituciones de gobierno a la tradicional elite dirigente representativa de una cultura singular de poder que el progreso de la nación requiere diluir para reconstruir las bases de su progreso económico y social.
b) Proceder a la Reforma Constitucional para instituir un nuevo sistema de relaciones sociales sustentado en reformas de naturaleza política y económica.
3.1. Desplazar la elite política dirigente para recuperar el país
A pesar de las reiteradas manifestaciones de fracaso de los sucesivos gobiernos, de la inexplicable ausencia de la Justicia para dictar sentencias en reiterados casos de corrupción y de las múltiples evidencias de descomposición moral al interior de la elite política dirigente, sorprende su inusitado desenfado pues abiertamente asume un derecho natural para monopolizar la representación política y permanecer en el seno de las instituciones. Pero más sorprende la abulia y masoquismo de quienes integramos las grandes mayorías pues, con nuestra pasividad, otorgamos a los miembros de la elite el derecho a volver a presentarse como candidatos olvidando sus prontuarios y deplorables resultados en administraciones anteriores. Sin embargo, algo está cambiando en la sociedad argentina y en los últimos tiempos ha nacido ya en sus entrañas la urgencia por proceder al recambio de su dirigencia política para saldar realmente las cuentas sociales pendientes. Las elecciones del 2009 y del 2011 enfrentarán a la sociedad argentina con el espejo de su propio destino. Veamos:
No debería reducirse la lucha política tan solo a ensalzar o demoler la figura de los actuales gobernantes para mantener o sustituir la cúpula presidencial mediante espacios frentistas que disimulen la reubicación de la escoria política de los últimos años. El país exige que los nuevos gobernantes aporten honestidad, conocimientos, capacidad de gestión y puedan incorporar en las instituciones del estado a centenares de cuadros profesionales para abordar la inmensa tarea que significará la reconstrucción nacional.
En este propósito, tendrán que prepararse equipos técnicos para administrar la coyuntura eco-social de corto plazo; otros para modernizar la capacidad operativa del estado y planificar la dinámica del país a mediano y largo plazo; otros, para potenciar el desarrollo regional; otros, finalmente, para reinsertar al país en el contexto mundial de naciones. En el curso de los últimos 60 años, países como México, Chile y Brasil destinaron tiempo y recursos de significación para avanzar sobre aquellos desafíos. Por el contrario, gran parte de la dirigencia argentina optó, más bien, por la improvisación, la mentira y la viveza como método de gobierno. Así nos fue.
Si los próximos gobernantes no tienen capacidad para formular e implementar nuevas ideas para el desarrollo socio-territorial del país e instituir un nuevo marco constitucional para erradicar la anacrónica cultura de poder que impregnó a gobiernos, instituciones y sociedad durante tantos años, será muy difícil reconstruir el país. Alemania, España, Italia, Japón y Rusia fueron ejemplos extremos que solo pudieron renacer después de haber sufrido profundos sacrificios hasta sepultar manifestaciones nocivas de una Cultura del Poder totalitaria, intolerante, que en el paroxismo de su exposición no trepidó en atentar contra la integridad de sus propias naciones.
Huelga enfatizar las extremas dificultades que tendrá que superar la sociedad argentina para sustituir súbitamente a su rancia elite política dirigente mediante la vía electoral. Para alentar esperanzas sería necesario que algún partido pudiera llegar al electorado con mensajes simples pero contundentes, destinados a reconocer la histórica involución del país, a señalar sus principales eslabones causales, a identificar responsables, a proponer políticas públicas alternativas y diferenciadas según regiones y sectores sociales. Por el momento, este discurso no existe o permanece en el limbo de las generalidades.
Más aún, ningún partido logra proponer Políticas Integradas para resolver los problemas que experimentan los actuales trabajadores en blanco, en negro, desocupados y excluidos del sistema. En la pobreza y anomia existente, los argentinos con derecho a voto solo podrán despertar y apoyar con energías a aquellos candidatos, honestos y creíbles, que pudieran señalar, con firmeza, los cambios esenciales que se comprometen a realizar si el voto de expresivas mayorías les acompañara en las próximas elecciones legislativas y presidenciales.
En cuanto la población no sea informada por algún candidato honesto y creíble sobre la profundidad del tajo que en caso de llegar al gobierno se compromete a asestar para liberar al país de la elite política dirigente y avanzar hacia una Reforma de la Constitución que posibilite institucionalizar los procesos de cambio en las áreas más sensibles que afectan al país y al bienestar de las grandes mayorías, regirán sobre las elecciones las leyes más elementales del mercado político y terminarán desviando el apoyo electoral de las humildes mayorías a aquellos partidos y candidatos que penetren en sus localidades ofreciendo la mayor cantidad de dineros, bienes o servicios a cambio de los votos.
De no surgir nuevas circunstancias o accidentes históricos que movilicen la conciencia del electorado para desencadenar procesos de cambio súbito, Argentina volverá en las próximas elecciones a legitimar la continuidad de su actual elite política dirigente (5). A juzgar por nuestra historia reciente, tales resultados podrán conducir, tarde o temprano, a la materialización de tres destinos posibles: la anarquía institucional como estado permanente, los separatismos regionales o el retorno a las ciénagas de un régimen autoritario. Las previsiones no refieren abstracciones fantasiosas: fueron ya realidades dolorosas en la tortuosa historia argentina y nadie puede asegurar la imposibilidad de su retorno. La anarquía institucional fue el contexto dominante en la primera mitad del siglo XIX. Los separatismos regionales fueron sentimientos que Rosas expresó con extrema sinceridad antes y después de Caseros (6). Por último, las ciénagas de la dictadura terminaron con la vida de miles de argentinos en el curso de los siglos XIX y XX.
3.2. Reforma Constitucional para modernizar la política y reorganizar la economía
Argentina luce como un país narcotizado. Su involución, plenamente reconocida en lo institucional, económico y social, desnudó la pereza intelectual de sus instituciones públicas y privadas, la incapacidad de su elite dirigente y la obsolescencia de su marco constitucional instituido en 1853 para un país inexistente y una sociedad idealizada. El país requiere, con urgencia, pensar la nación y proceder a la reforma constitucional para implantar, con realismo, las bases de un nuevo sistema político de gobierno y de una nueva economía a fin de sustentar relaciones sociales complementarias y convergentes destinadas a avanzar por las sendas de la libertad, del progreso y de la equidad social.
Si a mediados del siglo XIX fueron los EEUU y algunos países europeos los moldes de sociedades florecientes que inspiraron a nuestros constitucionalistas, a comienzos del siglo XXI tendremos que cincelar las reformas a partir de nuestras virtudes y defectos como sociedad habida cuenta de las potencialidades y restricciones que en el ámbito de las diferentes regiones presenta nuestra base económica y social. La cruda realidad institucional y socio-económica tendrá que ser la arcilla fundante para reconstruir el marco constitucional. Veamos con mayor detalle ambas exigencias:
En materia política-institucional el autor asume que la solución del problema argentino solo podrá ser resuelto cuando la sociedad logre acumular suficiente Poder Social para imponer una nueva dirigencia comprometida a:
Instituir nuevos mecanismos que aseguren la fortaleza del Poder Legislativo para ampliar la participación de las mayorías sociales y territoriales en las decisiones de los gobiernos sobre Políticas Públicas.
Consagrar un sistema parlamentario de gobierno que elimine el hiper-presidencialismo vigente habilitando a la sociedad para sustituir sus gobernantes ante manifiestas evidencias de pérdida de confianza o de un proceder incorrecto y lesivo a los intereses nacionales.
Instituir nuevos criterios político-electorales para formar regiones y microregiones mediante la asociación voluntaria de provincias y municipios y asegurar mayor equidad en la participación relativa de todas las jurisdicciones en la composición de las Cámaras de Senadores y Diputados.
Instituir la carrera de administración pública y someter la acción de los funcionarios del Poder Ejecutivo, Legislativo y Judicial a concursos públicos y estrictas sanciones de orden político, penal y patrimonial para quienes cometan actos delictivos en perjuicio de los intereses de la comunidad.
Limitar el ejercicio de la representación política, tanto en la esfera del Poder Ejecutivo como también Legislativo, tan solo a un número determinado de años. Con idéntico propósito, será preciso legislar para impedir el ejercicio simultáneo y sucesivo de roles de representación a miembros de una misma familia eliminando radicalmente las prácticas de nepotismo.
Impedir la participación en procesos electorales a candidatos con procesos pendientes en la justicia; eliminar las listas sábanas; exigir elecciones internas en cada partido para elegir sus candidatos.
Sobre los aspectos políticos de la Reforma Constitucional ¿qué proponen los diferentes partidos políticos?
En materia económica, la Reforma de la Constitución podrá instituir una nueva economía integrada con Tres regímenes complementarios y convergentes que posibiliten afianzar el progreso económico, generar los empleos necesarios en nuevos mercados sociales de trabajo, eliminar la pobreza e incorporar a los perdedores del sistema en la gesta de reconstrucción productiva del país. El nuevo modelo económico podrá integrarse con una economía de libre mercado motorizada por el empresariado privado, nacional e internacional, bajo mecanismos legales de regulación y control; una economía pública, administrada por el estado bajo riguroso control social (7) y una economía social-comunitaria destinada a dinamizar los mercados privados y sociales de trabajo al interior de las microregiones. El esfuerzo colectivo para modernizar el interior del país tendría que asumir proporciones colosales. ¿Qué proponen los partidos?
También se enfatiza la necesidad de reordenar el régimen monetario para crear condiciones de estabilidad monetaria, de ahorro y financiamiento a largo plazo instituyendo la vigencia de una moneda de valor constante junto a la moneda nacional de curso legal. La reforma monetaria podrá incluir diferenciaciones regionales de la política monetaria y el funcionamiento de mecanismos innovadores para viabilizar la circulación de monedas complementarias destinadas a movilizar las riquezas y energías del trabajo excedente. Bastaría tan solo con ampliar la mirada para conocer las experiencias de países vecinos en materia de política monetaria para comprender que sin tales modernizaciones Argentina continuará en el marco de una economía precapitalista, sin ahorro, sin inversión, sin crédito y sin confianza para realizar operaciones comerciales de mediano o largo plazo. ¿Qué proponen los partidos?
En materia de Desarrollo Regional y Nacional se recomienda instituir un Sistema Integrado de Coparticipación que armonice la diversidad de regímenes tributarios y las capacidades operativas de las diversas jurisdicciones. Se propone crear un sistema tecno-administrativo de programación de macroregiones y microregiones que sin afectar la constitucionalidad de Provincias y Municipios posibilite administrar los recursos públicos con mayor racionalidad y eficacia. Sin tales reformas el país continuará dilapidando recursos ante la severa incapacidad operativa de los gobiernos locales. Al presente, no más de un 20 % de provincias y municipios disponen de capacidad operativa suficiente para programar, administrar y controlar el uso de los recursos públicos. El resto, sobre un total de 24 jurisdicciones provinciales y 2.100 municipios, acusa severas falencias de gestión. ¿Qué proponen los partidos?
Finalmente, respecto a la Integración, se propone cooperar en la construcción de una Comunidad Sudamericana de Naciones enfatizando que para concretar este propósito será preciso anclar, prioritariamente, la cooperación en el fortalecimiento de las pequeñas y medianas empresas y en la búsqueda de objetivos de carácter social e institucional. A posteriori, vendrán los tiempos de la integración comercial, económica y financiera. Esta visión sugiere invertir los actuales enfoques de integración que, al priorizar objetivos de producción y comercio sirvieron, básicamente, para potenciar el poder de las empresas multinacionales. ¿Qué proponen los partidos(8)?
La grave crisis que en estos momentos sacude los pilares de la economía capitalista a escala mundial invade también nuestro país y, más allá de sus dolorosas consecuencias económicas, tendrá la virtud de abortar fantasías enquistadas en la prédica de nuestra elite política dirigente y mostrar, al desnudo, la cruda realidad social e institucional del país. Tales circunstancias, podrán movilizar conciencias y encender esperanzas y decisiones en amplios sectores sociales para comprometernos en la gestación de masivos procesos de cambio para recuperar el país.
Notas
(1) La dolorosa involución e ingobernabilidad de la Argentina es consecuencia directa de aquella cultura anacrónica del poder. Las Bases, de Alberdi, El Facundo de Sarmiento, el Martín Fierro de Hernández, el tango Cambalache de Discépolo, Radiografía de la Pampa, de Martinez Estrada, Jorge Abelardo Ramos “Revolución y contrarrevolución en la Argentina”; República de Trapalandia, de Marco de Nevi, son algunas de las referencias literarias que dieron cuenta del sustrato cultural de nuestro país. Centenas de libros y artículos fueron escritos sobre este tema.
(2) La lucha social por la defensa de los intereses de obreros, campesinos, arrendatarios y productores rurales y estudiantes tuvo en Argentina episodios de extrema intensidad desde fines del siglo XIX. Nunca pudieron vencer al Poder pero tampoco pudieron ser doblegados. El empate social configuró en Argentina escenarios de difícil gobernabilidad.
(3) Véase artículo de Eduardo Conesa “La decadencia argentina comparada” en Argentina 2010: esperanza o frustración. Ed. Lumiere. 2008.
(4) Véase Juan Bialet Masse “Informe sobre el estado de la clase obrera”, Hyspamérica 1985.
(5) No sería extraño que en un escenario ocupado por un gobierno nacional sin dinero y una tibia oposición amarrada tan solo a la denuncia, sin imaginación ni coraje propositivo, el candidato que logre el generoso apoyo del campo y/o de algunas multinacionales a cambio de explotar valiosos recursos naturales y ampliar el comercio por la vía del pacifico podrá ser elegido Presidente en las elecciones del 2011.
(6) Véase Enrique Barba “Quiroga y Rosas”, Pleamar 1974; “Correspondencia entre Rosas, Quiroga y Lopez”, Hachette.
(7) El estado tendrá que instituir el Planeamiento como método de gobierno; recuperar la propiedad de las riquezas del subsuelo; la gestión de los servicios públicos esenciales y el liderazgo del desarrollo tecnocientífico del país.
(8) Versiones completas de las propuestas que tan solo se enunciaron en este artículo podrán consultarse en: Manuel Figueroa, “La Economía del Poder”, Eudeba, Bs. As. 1998 y “Argentina Entrampada”, Bs.As, 2004, editorial Piso 12. ” Programa Argentino de Desarrollo”, Senado de la Nación, 2001. Encuentro del Pensamiento Nacional, “Argentina 2010: esperanza o frustración”, Bs. As. 2008, editorial Lumiere.