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Los hombres no lloran

Habíamos ido con mi papá al fútbol otras veces, siempre los dos solos. Me gustaban mucho esos domingos. No tanto por el fútbol, porque es más divertido jugarlo con los amigos de la cuadra, medio a escondidas de mi mamá que cree que estoy en casa estudiando, aunque después llegue transpirado, con los pantalones sucios o las rodillas rotas y me mire de reojo para no tener que decir nada, con ese aire medio dulce y medio alegre que me gusta tanto. Eso es mejor que estar aquí, sin poder moverme mucho porque molesto al señor del lado, que no tiene el aire medio dulce de mi mamá. Pasan los maníes, después los chocolates y mi papá siempre compra algo. Pasan los helados, sobre todo los helados. Esto también me gusta de los domingos, pero más que nada me gustan porque papá es sólo mío, aunque sea en los domingos.
Hoy es diferente. La trajo. Se acerca y me toca la cabeza. Un escalofrío que no sé de dónde viene porque no estoy enfermo y el sol casi quema, sube y baja por mi espalda y la piel como de gallina, igual que cuando tengo fiebre y quiero ver la cara medio dulce y medio alegre de mi mamá al lado. Quiere besarme pero no la dejo. Sólo mi mamá me da besos, ella no vino, porque no le gusta el fútbol. Debe ser por eso que mi papá hoy trajo a esa mujer. Este domingo no me gusta, ni siquiera cuando quieren comprarme helados. Me encantan y aunque mi mamá casi nunca compra porque dice que después no como la comida, ahora digo que no, no quiero.
Mi papá hoy está raro. Mira a la mujer como en la tele. Igual que en los programas que a veces veo con mi mamá, sólo por estar cerca de ella, porque me gusta su cara aunque esté medio triste, medio dulce. No sé por qué las mamás ven programas que las hacen llorar. En cambio yo soy hombre y los hombres no lloran, siempre dice mi papá eso. Y yo lo miro firme en los ojos y no lloro. Por eso no soy como mi mamá, prefiero ver cosas divertidas en la tele. Me gustan esas películas viejas donde todos corren y alguien tira cosas a la cara de otro, casi siempre tortas llenas de crema blanca, no me gusta la crema blanca, pero sí cuando viene uno y lo persiguen y se cae y todos ríen y termina bien, porque me gusta que las cosas terminen bien. Hoy estoy medio enojado con mi papá. Se olvidó que los domingos son sólo de los dos. Pasan otra vez los helados, el escalofrío sigue subiendo y bajando por mi espalda, mi programa favorito también, sube y baja, justo frente a mí, donde se paró el señor de los helados, pido dos, por qué dos, pregunta mi papá, es el calor, digo, el sol quema. Quiero uno de crema y otro de chocolate. Sujeto bien el de chocolate, que es el que más me gusta, y con todas mis fuerzas y ahora muy enojado se lo tiro a mi papá, en el medio de la cara, y el otro de crema se lo lanzo a la mujer. En las películas viejas que me gustan todos se ríen. No tenía la torta pero creo que igual sirven los helados. Mi papá no se ríe. Corro. Huyo, entre miles de piernas, zapatos, zapatillas y algunos pocos tacos altos. Estoy escondido bajo un banco de cemento y no abro la boca, porque los hombres no lloran. Tengo sed. Estoy sucio, transpirando, por no es por el fútbol y esta vez no está mi mamá con esa mirada medio dulce. Sólo veo zapatos, zapatillas y algunos tacos altos. Pórtate bien, no hagas rabiar a tu papá, escucho que dice mi mamá lejos. Hace calor aún bajo el banco duro, pero el escalofrío sube y baja por mi espalda. Los hombres no lloran. No hagas rabiar a tu papá.
Sigo bajo la sombra del banco. El escalofrío sube y baja. La piel de gallina. Parece cosa de enfermos. El sol quema y la mirada medio triste de mi mamá. No, dice, no hay bancos de cemento. Ni zapatos ni zapatillas. Tampoco tacos altos. No hay sol, pero quema. Mi mamá dice que debe ser la fiebre, que hoy no es domingo, no hay fútbol. Que papá no está, no viene ni siquiera los domingos. Los hombres no lloran pero mi mamá sí. Ahora medio dulce y muy triste. No hay sol y quema. El escalofrío sube y baja.

Del libro El sol tenía escote en V, Santiago de Chile, 1987
Y de la Antología del cuento corto, Córdoba, Argentina, 2009
Durante 2009 este cuento ha sido leído y narrado oralmente por la Profesora Ana Emilia Silva en colegios secundarios de adultos como parte del Programa de Escuelas Lectoras del Ministerio de Educación de la Ciudad de Buenos Aires.