Mario Capasso. La puntada
Mario Capasso
LA PUNTADA
Justo que la anciana madre de un hijo único se encontraba a un pasito de enhebrar el hilo en la aguja respectiva, le dio una gran puntada en la espalda. Se quedó dura, en una postura por demás estrafalaria, según su propia definición, hecha más bien a los apurones y en medio del dolor que, por momentos, pasaba de punzante a más punzante todavía. Con todo, trató de mantener la calma bajo control. Y entonces pensó entre líneas. Su hijo vendría de visita, eso era una realidad incontrastable, se dijo, así, encorvada hasta un límite por el que ella antes del percance no hubiera apostado, pero también se dijo que él le había prometido llegar en tres o cuatro semanas, todo dependía del trabajo, de la voluntad de los clientes, de los patrones y de su propio estado de ánimo, en una combinación que podía llegar a alcanzar niveles muy azarosos, según le había asegurado en un tono algo misterioso que la sumió en una perplejidad que, a lo mejor, ahora había derivado en esa puntada de porquería que no la dejaba enderezarse como la gente. Él anda siempre con una valija a cuestas, ofrece a las personas objetos que ella ignora, rememoró la anciana madre del ausente. Siempre quiso preguntarle y por una cosa o por otra, al final no lo hizo. Ojalá el hijo dedique sus afanes a vender alguna pomada de buena calidad, que no resulte fría cuando se la haga pasar y que sirva para eliminarle o al menos calmarle los dolores agudos que ahora siente en la espalda, y que cuando él llegue no resulte estar vencida, ni la pomada ni ella, una u otra posibilidad sería el colmo de males más exasperante de su vida, se dijo la madre, a cada instante más anciana, casi sin fuerzas para gritar, bien quietita ahí.