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Reina roja Reina blanca. Capítulo 16

La mesa conserva la ficción de la fiesta para Inés, un mantel que Águeda había planchado con cuidado esa mañana de sábado, el mejor mantel de la abuela para Inés que cumple quince años, Inés que ahora mira las sobras de la tarde, esas formas que la asquean como la presencia de Julián, antes, con ellas ahí, mirándolo, descubriendo al hermano que papá y Olga exhiben como la maravilla para herir a Inés, dejarla perdida entre tanta comida preparada por Águeda y el chocolate caliente derramado: el odio justo en el centro de la mesa, una mancha amarronada y grasienta que fue creciendo durante la tarde, aumentando, tragando el blanco del hilo que Carla bordó antes de Águeda y de Olga, Inés está ahí, cerca de la mesa que fue el infierno creado por ellos para espantarlas antes de la torta, porque no aguantaron, mamá, el aliento de Julián, ni el grito ni la suciedad desparramada cuando tiró la taza, las vimos complotar la excusa para la despedida, y el silencio de Inés entendiendo, aprobando la huida porque ella también, mamá, hubiera escapado, pero fue necesario quedarse sentada y cortar la superficie blanca de la torta y repartir las flores de azúcar para mamá, y para tía Olga, y masticar una crema demasiado dulce hasta el final, recorriendo la garganta que no quiere abrirse, pero deberá porque papá me mira y adivina el odio que está adentro, en Mariana imaginando la venganza, todas las formas del odio hacia vos, papá, y hacia Julián que ahora duerme como las sobras de la mesa.