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Ver llover, Machado Germán, de la Iglesia, Fernando. calibroscopio, buenos aires, 2010

Tapa y contratapa bañadas en agua. Llueve por los dibujos. Me llueve esa lluvia invitadora, que desafía en sus propuestas. Versos e ilustraciones desgranan gotas multicolores, en un diálogo que se expande. La poesía puesta en color; el lenguaje, sonoridad y ritmo en una manera de decir y de mostrar que se hunde en el lector, que lo convoca porque lo obliga a detenerse, a caminar de otra manera y desautomatizar los pasos, la mirada, el apuro: “¿Qué color tiene el aire/ y el agua/ y los soplidos del viento en una tarde de lluvia?”  Esa voz en segunda, que invita a la charla, que propone recorridos de estreno. Y me prendo fácil a la convocatoria y al hablar de mi lectura, de esta lectura irreverente, desparramo piezas de mi vida sobre la mesa. Algunas aletean, otras solo duermen en un frasco vacío. Pero las gotas golpean, lavan, bañan y recorren. Este texto me marca. Hace rato que me marca. No lo descubrí hoy, sino que viene desde 2010 hablándome bajito. En un codo a codo que huele a tierra mojada, a pasos apurados, a paraguas desmantelado por el viento.

Ver llover agudiza mi vista y mis recuerdos. Algún café de Buenos Aires, desde el que vi llover y un tango húmedo que trae ciertas cosas que la vida trabajó con dolor porque la lluvia y la poesía del tango tienen una larga e íntima amistad. La lluvia gris golpeando caras y cristales y Cadícamo que me murmura “Afuera es noche y llueve tanto”.  Desde la pantalla, en Lluvia, la cara de Valeria Bertucelli y las gotas salpicando la inteligencia dolorida de su cara. ¿Por qué la lluvia? ¿En qué charco de infancia me quedé para sentirla tan a fondo? ¿Cuántas veces caminé para que las gotas me dijeran algo? “Dependen de tus ojos/los colores.”

Recuerdo una tarde de febrero, la piel joven. “Las cosas que comienzan con lluvia siempre terminan bien”, eso dijo. La vida se encargó de desmentirlo. Pero ese abrazo mojado prometía un arco iris. Lo hubo, pero tan chiquito que se agitó entre las nubes para después perderse, vaya uno a saber dónde.

Desde la tapa como en un espejo, leo de arriba hacia abajo y a la inversa. Los autores, inmersos en el mundo poético, participan de la lluvia, ya desde los paratextos. Nada queda librado al azar. Hay poesía en cada trazo, en ese vaivén de juego y color, la imagen recortada, la impronta del niño que con su crayón armó su escena; en cada palabra explotada en su sentido y sonoridad. Un ir y venir de sensaciones. Discurrir de memorias y de miradas. Las lluvias. Mis lluvias, las amigas y las que arrasan. “rojo, azul, amarillo,/ gatos, coches, llovizna”. Y hay rostros, sonrisas, algún llanto, un árbol. La Lluvia a rayas, en gotones, en cascada. Lluvia con luna de Melies que me lleva a Selznick y a Scorsese. Magia del cine y de la literatura puestas allí, desplegando posibilidades.

Lectura, que me llevó por un río de gotas. Como la vida en un cauce de días sorprendentes. Nada es opaco bajo la lluvia. La foto de una mujer con sombrero. ¿Delmira Agustini? Busco. Leo poemas. Me inclino por Idea “Estoy/y arrecia el viento/ y truena/y llueve […]

Sé que la travesía recién empieza. El libro me sorprende cada vez que lo exploro. La boca del huracán captura secretos. Me hundo. En el próximo encuentro, tal vez, pueda sistematizar tantas emociones.