Desde Abajo

Abril 2011

Al cumplirse los 200 años de nuestra inconclusa revolución de mayo de 1810, nos encontramos transitando los pliegues dolorosos del ocaso existencial de nuestro país. Lejos de los sueños de integración, progreso y república que florecieron en la segunda mitad del siglo XIX, finalizamos la primera década del siglo XXI inmersos en una profunda contradicción y confusión: mientras los indicadores de la macroeconomía señalan que Argentina estaría transitando un franco proceso de recuperación pues durante el período 2003 – 2010 se habría registrado una tasa promedio anual de crecimiento del orden del 7 u 8 % la sociedad agrava sus sentimientos de involución y descomposición institucional.

Argentina transita en estos tiempos la extraña sensación de haber perdido sus más loables realizaciones del pasado. Recordamos, con pesar, que como país, fuimos los primeros en emprender la noble empresa de la educación de base; en potenciar una economía que pudo situarse entre las 10 primeras del mundo; en vencer las enfermedades sociales; en aplicar una legislación social y sindical que no tuvo parangón en toda la región; en consagrar recursos para concretar avances de significación internacional en materias relativas a las ciencias y a las artes; en administrar equidad en la distribución de la renta nacional; en conformar la clase media más expresiva de América Latina; en liderar los avances en las tecnologías de punta y en la producción de bienes de capital; en haber invertido capital público para disponer de la más extensa red de transporte ferroviario; en producir y exportar automóviles, aviones, máquinas ferroviarias; reactores atómicos, satélites; en ser pioneros en la producción de máquinas para las actividades agropecuarias; en la producción de fármacos; en la industria editorial; en la producción de libros y revistas para todo el continente; en la producción cultural de música, ballet, teatro, comedias, revistas, títeres, etc.etc.etc.

En la Argentina 2011, todos nos sentimos extraños, sensiblemente divididos entre los que no pueden desplegar sus potencialidades personales por motivos de pobreza y exclusión y aquellos que, aún disponiendo de recursos monetarios, tampoco pueden vivir en plenitud por la crueldad que destila la inseguridad colectiva, el ocaso de la ley y la ausencia de un proyecto colectivo de nación. Como nunca, sentimos la “vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser” como bien lo decía premonitoriamente aquel tango cantado por Gardel.

El ocaso de la ley es la imagen que refleja el espejo cuando la dilución del Estado de Derecho expresa la desintegración del Poder Institucional por el fuego de las contradicciones sociales que, al desbordar la capacidad de los últimos gobiernos para administrar su control, impulsaron a la sociedad argentina al desierto jurídico donde hoy solo impera el desconcierto y mañana la anarquía.

Los partidos políticos tradicionales, radicales y peronistas, solo expresan la decadencia y permanecen bajo el comando de personajes que, en el curso de las dos últimas generaciones, se reciclaron varias veces para mantenerse y lucrar en la mesa de la elite dirigente. Como pueblo ya perdimos las esperanzas de participar en la construcción de un país mejor y aunque percibimos que sin presionar en una prolongada y masiva movilización social nos será imposible cambiar la tradicional elite política dirigente y elegir una nueva representación política, dudamos de nuestra capacidad organizativa para impulsar tamaño proceso de cambio social. Peor aún, si súbitamente, por un milagro cualquiera, surgiera en nosotros la capacidad de organizarnos y elegir, se profundizarían nuestras frustraciones ante la ausencia de partidos y candidatos probos, capaces, honestos, dispuestos a comprometer todo su empeño por reconstruir el país y recuperar los sentimientos de solidaridad y orgullo de ser argentino potenciando en nosotros la aventura de participar en un trabajo colectivo para el progreso y la dignidad de todos.

Al otear el horizonte solo percibimos señales que agudizan nuestros sentimientos de desconcierto, inquietud, frustración y escepticismo: ¿como explicarnos que un país como Argentina, dotado por la naturaleza de todas las riquezas posibles, no haya podido encontrar todavía los caminos institucionales apropiados para cristalizar su gobernabilidad avanzando en la construcción comunitaria de sus sueños de progreso y equidad? En el curso de los próximos meses trataremos de penetrar los misterios que encierra la pregunta formulada y asentar algunas posibles respuestas. Ojalá que en esta tarea, podamos contar con los aportes y críticas del amable lector.