Agosto 2009. Ironías de la historia en la involución argentina
Hacia fines del siglo XVIII, cuando España decide transferir la sede de su Virreinato desde Lima a Buenos Aires, dos corrientes culturales impulsaban el nacimiento de la nueva nación: la cultura original del pacífico dominante sobre los territorios del norte argentino y del Alto Perú y la cultura del atlántico que impulsaba la acelerada inserción de la región central del país al comercio internacional de productos agropecuarios. Como consecuencia de la dinámica impresa por esta corriente cultural, el país recibió, a partir de la segunda mitad del siglo XIX, durante 70 años, a millones de inmigrantes que enriquecieron aún más el acerbo cultural del país.
Los principales actores sociales que impulsaron las corrientes del atlántico fueron un puñado de estancieros, ganaderos, comerciantes, negociantes, intermediarios y banqueros. Bajo el amparo y la simpatía de los hombres de la iglesia y de las armas, monopolizaron el uso de la tierra y controlaron la producción agropecuaria, el puerto de Buenos Aires, el comercio, las finanzas internacionales y los laberintos de los tribunales de justicia. Estos hombres, como factores reales de un poder altamente concentrado, tuvieron, a posteriori, la histórica responsabilidad de cincelar las instituciones del naciente estado liberal hacia mediados del siglo XIX y de nominar la Elite Política Dirigente que, en cada período, debía “competir” en las urnas para ocupar cargos de gobierno en la esfera del Poder Formal. En este propósito, los hombres del poder real, para asegurar la predominancia de sus intereses en el marco de la nueva institucionalidad, estimularon y utilizaron a los hombres de la cultura que en Buenos Aires escribían sus ideas para organizar el nuevo país con un estado liberal, republicano, democrático, federal, solidario y cuna de libertades.
Concentrando el uso y propiedad de los recursos productivos, los sectores dominantes, por intermedio de la elite dirigente, instituyeron relaciones sociales antagónicas como base de una singular Cultura del Poder orgánicamente funcional a sus propios intereses y a los intereses de aquellos que desde el extranjero administraban el comercio internacional. La historia registra, como particularidades de esta Cultura del Poder, su tendencia al absolutismo, despotismo, nepotismo, verticalismo y centralismo.
La singular Cultura del Poder, mediante múltiples mecanismos de acción, mantuvo en el tiempo su influencia hegemónica sobre instituciones, gobiernos y sociedad para implementar y mantener un único Modelo de Desarrollo primario-exportador destinado, básicamente, a impulsar el progreso de una región, de un sector productivo y de una clase social privilegiada y minoritaria. A pesar de sus mutilaciones sociales y regionales, el Modelo referido posibilitó avanzar en la organización institucional del país, cimentar las bases del progreso social, crear infraestructura básica en las principales ciudades, asegurar un expresivo crecimiento macroeconómico entre 1870 y la década de los 30 y transformar a la Argentina en uno de los 10 países más ricos del mundo.
Todo este edificio construido durante 70 años por un Modelo socialmente antagónico y espacialmente concentrador no pudo soportar las consecuencias de la Gran Depresión que en la década de los 30 desorganizó las estructuras de la economía mundial. Argentina súbitamente perdió participación en los mercados y contrajo significativamente sus operaciones comerciales de exportación. En la década de 1920/30, los actores sociales que integraban la matriz tradicional de poder opusieron resistencia al gobierno de Irigoyen cuando quiso ampliar la participación de los sectores medios en la vida política del país y extender la acción del estado en las políticas de energía e industrialización. Con posterioridad, en la década de los 40/50, los mismos actores sociales impidieron también al gobierno de Perón implementar nuevas políticas públicas destinadas a controlar la renta agraria, diversificar la economía, potenciar la industrialización e impulsar la organización sindical de la clase obrera. A partir de aquellos
acontecimientos, con la excepción de algunos años en la década de los 60, el país experimentó la parálisis de su proceso de desarrollo y se desliza hacia situaciones de involución institucional, económica y social.
Cual ironía de la historia, la actual situación de la Argentina registra que los bolsones de pobreza deliberadamente excluidos del progreso por la recalcitrante actitud de los gobiernos que siempre representaron a la matriz tradicional de poder se concentraron, finalmente, en el conurbano bonaerense y en las periferias de las grandes ciudades del interior. En la actualidad, representan alrededor del 40 % de la población total, esto es 16 millones de personas. La ironía asume su máxima expresión cuando se constata que gran parte de la pobreza e indigencia del país a comienzos del siglo XXI se conforma con descendientes de aquellas poblaciones originarias del Alto Perú y Paraguay, y del noroeste y noreste argentino, nativos genuinos de la cultura del pacífico. Conviven con familias también pobres descendientes de los primeros inmigrantes europeos y con criollos lugareños que quedaron marginados del progreso galopante que impulsó la corriente cultural del atlántico a partir del siglo XIX.
En las próximas elecciones del 2011, la unión de estos sectores con la clase media baja, que representa alrededor del 20% de la población total, podrá decidir después de 200 años el futuro del país.