Agosto 2011
A lo largo de nuestra historia, los conflictos no resueltos entre el Poder Conservador que rige los destinos del país desde los albores del siglo XIX y las mayorías sociales que permanentemente presionaron por su inclusión con trabajo y dignidad, acumularon un núcleo duro de problemas estructurales que, al permanecer sin resolución definitiva, crecieron con intensidad y terminaron limitando fuertemente el desarrollo del país. Nos referimos al grado de legitimidad del sistema de representación política vigente; al problema de la tierra, a la inequidad de origen en la distribución de la riqueza y de la renta, a la pobreza y exclusión social consecuente, a la concentración demográfica en la región central del país, a las inequidades del régimen tributario, al sistema de coparticipación federal de los impuestos, a los problemas de la educación, salud, saneamiento, etc.
Históricamente, los gobiernos mantuvieron un complaciente silencio sobre la importancia de aquellos problemas, y en particular, sobre sus implicaciones en la dinámica social y económica del país. Como consecuencia, las políticas públicas adoptadas en el curso de nuestra historia circunscribieron su temática, básicamente, a los problemas de la coyuntura macroeconómica de corto plazo. Tales actitudes no fueron motivadas por el simple olvido ni por la ignorancia o incapacidad operativa de sus cuadros dirigentes. Fueron impulsadas por la fuerza de la propia Cultura del Poder que, en todo momento, prefirió esquivar o postergar su tratamiento.
En general, los gobiernos optaron por ignorar la existencia de los problemas estructurales, o por las limitaciones-debilidades de su poder real, o por sus implicaciones políticas y por el tiempo que demandaría encontrar soluciones, o por las extremas dificultades operativas y financieras que seguramente tendrían que resolverse para avanzar en su solución. El olvido de los problemas estructurales no fue indiferente para la suerte de la república ni para la vida de los argentinos.
La ausencia de políticas públicas para su gradual resolución, trabó el desarrollo nacional y afectó el bienestar de los ciudadanos. La persistencia y agravamiento de aquellos problemas, fue limitando, gradualmente, los espacios de actuación de los sucesivos gobiernos forzándolos a restringir su actuación pública dentro del estrecho marco de las políticas de corto plazo. No pudieron penetrar en la médula de los problemas nacionales ni asumir responsabilidades por la resolución de los problemas mayores que históricamente limitaron el progreso del país.
En el curso de los últimos 50 años, los sucesivos gobiernos aplicaron, en su praxis de gestión, los mismos pasos de ballet, las mismas coreografías que adoptaron sus predecesores; utilizaron mecánicamente las mismas recetas provenientes de una ortodoxia anacrónica o condujeron sus políticas públicas sustentándose en la opinión de pocos, en el mero voluntarismo o en la suerte de la simple improvisación. Anunciaron, públicamente, sus decisiones de resolver los síntomas por los cuales se manifiestan los problemas reales, a sabiendas de que su efectiva resolución no podría comportar soluciones de corto plazo.
Ante la impotencia para resolver problemas relevantes con políticas concretas, adoptaron como vínculo con la sociedad las artes de la representación teatral y de la ficción cinematográfica potenciando el uso de los instrumentos mediáticos para presentarse ante la opinión pública divulgando relatos artificialmente construidos y versiones imaginadas como realidades concretas. Con tales armaduras, y con mucho dinero público concentrado en tales propósitos, los gobiernos de los últimos años pudieron sostener sus monólogos con la opinión pública y cabalgar entre promesas incumplidas procurando inducir el favor de los ciudadanos.
Por tales circunstancias, asumieron permanentemente decisiones inconsistentes de mera coyuntura, eludieron responsabilidades mayores transfiriendo sus soluciones a futuras administraciones y mediante recursos mediáticos apelaron a la generosidad de programas asistenciales que nada resuelven, a la ficción, al engaño, a la mentira institucional para distraer o confundir la opinión de los ciudadanos. En los últimos tiempos, llegaron al extremo de falsificar informaciones esenciales para negar frontalmente la existencia de determinados problemas reales que la sociedad percibe y condena. Mientras tanto, el núcleo duro de los problemas estructurales permanece sin solución y el tiempo solo agrava sus magnitudes deteriorando el clima social y la gobernabilidad del país.
Reiterando lo ya expresado en editoriales anteriores, situamos a la Cultura del Poder, cristalizada en la Argentina durante el siglo XIX, como fuerza inmaterial y material que impulsó y condicionó la evolución histórica del país. Importa destacar que en esta interpretación, la Elite Política Dirigente fue el instrumento operativo orgánico que aquella cultura utilizó, en todos los tiempos, para penetrar en la esfera de las instituciones del estado y en la vida de los ciudadanos. La Elite, como orgánico eslabón operativo, tuvo la histórica misión de proteger y articular los legados axiológicos e intereses del pasado con las realidades del presente influenciando la praxis de gestión de los diferentes gobiernos. En el cumplimiento de este rol, durante los últimos 60 años, tuvo que asumir, desde los ojos de la sociedad, intensos procesos de deslegitimación, degradación moral y pérdida de capacidad operativa como consecuencia de su obsecuencia y funcionalidad a los intereses del Poder.
Mientras una misma monolítica Elite Política Dirigente permanezca ocupando cargos de responsabilidad pública, será muy difícil neutralizar sus efectos sobre la salud de la república. Es nuestra convicción que la única alternativa que resta a las grandes mayorías para que Argentina pueda aspirar a horizontes de progreso y equidad será aquella de potenciar su Poder Social para elegir nuevas representaciones políticas capacitadas para impulsar consensos con los factores reales de poder y crear nuevas condiciones para impulsar la recuperación y el progreso del país.
Cambiar una Cultura del Poder y una Elite Política Dirigente configuran, de hecho, ciclópeas tareas para una sociedad y solo el paso de algunas generaciones y la perseverancia de una sucesión de gobiernos constitucionales con administración ponderada, austera y consistente de las Políticas Públicas en beneficio de toda la población permitirá avanzar en la configuración de nuevos genes a inyectarse en los torrentes sanguíneos formadores de una nueva cultura. Ojalá la sociedad pudiera reflexionar sobre tamaños desafíos antes de emitir su voto en las próximas elecciones.