Marzo 2010
Saludamos a los lectores en el año del bicentenario desde una honda preocupación por los sucesos que son de público conocimiento. Los desentendimientos entre Gobierno y Oposición derramaron sobre el Poder Legislativo y Judicial. Pasaron los límites de la sobria discusión política y se insertaron directamente en las arenas de un conflicto que, a diferencia de una pelea entre esgrimistas ciegos donde sus estocadas sin destino no tendrían mayores consecuencias, podrá arrastrar a la República hacia un tembladeral imprevisible. Los contendientes del conflicto olvidan que nosotros, los simples ciudadanos, independiente de nuestras opiniones sobre quienes tienen la razón, seremos irremisiblemente arrastrados hacia situaciones de descontrol social como consecuencia de la perniciosa reiteración de conflictos ajenos a nuestros reales problemas y preocupaciones. De hecho, ninguna autoridad podrá asegurar gobernabilidad si el mundo político persiste en consumar su degradación, si el clima social se agrava; si el ámbito institucional se recalienta y si el contexto económico sigue amenazado simultáneamente por la inflación, la desnacionalización de la economía, la falta de crédito, una inversión insuficiente, desempleo, pobreza e inseguridad.
Gobierno y oposición, sin voluntad ni capacidad para visualizar más allá de la coyuntura, sin sobrepasar el oportunismo, mientras profundizan su disenso agresivo y mezquino para morder mayores porciones de Poder, aceleran la necrosis de las instituciones del estado y degradan la confianza de los ciudadanos. Lastima observar cuánta pobreza y violencia corroe las calles de las ciudades, cuántos conflictos informan las páginas de los diarios y enlodan las pantallas televisivas, cuánto daño y confusión se irradia en la mente de los argentinos envenenando la diaria convivencia.
Las riñas de gallos que aún subsisten en rincones de América Latina tienen más nobleza que la lucha entre nuestros políticos. Las riñas que García Márquez inmortalizó en la literatura aludían, en su colorida escenografía, al coraje y a la pasión que impulsaba a los gallos hacia la sangre y la muerte. En las riñas políticas que diariamente sacuden nuestras vidas, por el contrario, ningún personaje, en sentido figurado, está dispuesto a estrellar la “punta” de su facón en los huesos del adversario. En sus representaciones mediáticas, los políticos administran entre sí códigos de complicidad y prudencia a fin de sobrevivir en los escenarios del Poder y evitar que inoportunos desbordes sociales puedan desplazarlos impulsando el surgimiento de nuevos liderazgos. En las escenografías montadas, destacan, por lo general, los colores de la mediocridad, de la vulgaridad, de la ignorancia. Toda discusión es mediática, superficial, sin músculo. La escasa profundidad de las ideas que se ventilan está dimensionada para ser compatible con los tiempos tiranos de la radio y televisión y con los valiosos espacios en la prensa escrita.
Por el camino que vamos, el pueblo, finalmente decepcionado, apagará las luces del deprimente espectáculo que la actual elite política dirigente persiste en presentar y gran parte de aquellos personajes que invadieron las instituciones en el curso de los últimos 30 años, sentirán la angustia de la soledad y la nada. Su futuro ya no será más compatible con el futuro de la patria. Tras algún tiempo, germinará el Poder Social necesario para abrir, nuevamente, las puertas a la esperanza y otros dirigentes, surgidos desde las entrañas de una sociedad más crítica y menos permisiva, podrán asumir la conducción del país convocando la participación ciudadana para torcer definitivamente el curso de nuestra dolorosa involución.