Hablar de Juan
Se murió Juan. A él le tocó gelmanear, que, sabemos, no fue poca cosa. Atravesar su historia y la del país, que nunca es fácil, con compromiso militante, reflexionar sobre él, autocriticarse, intentar corregir, perder por desaparición y asesinato un hijo y una nuera, irse al exilio, buscar sin claudicaciones a su nieta. Y encontrarla. Y por encima, por debajo, detrás y delante, envolviendo y dándole sentido a todo eso, ser el inmenso poeta que fue, para mí, el mejor de su generación.
No fui su amiga, no se me dio la chance de conocerlo. Pero tendré como propia la anécdota que contaba mi gran amigo, el poeta Hugo Ditaranto, que hizo con Gelman el servicio militar. Cómo se conocieron, escapando de la fajina para leer, o pensar. No puedo contarla porque la supe hace tanto años que no la recuerdo bien, y ya no está el tano para volver a contarla. Pero no podría, tampoco, porque eso le pertenece a Hugo, a su modo incomparable de narrar, a su invención y gracejo.
Por eso, desde el inicio, Gelman estará indisolublemente unido, para mí, a Ditaranto. Y algo más, “Madrugada”, poemas de Juan con música de Cedrón, un disco de 33, edición La Rosa Blindada, que escuché siempre con emoción renovada y que me acostumbró de modo indeleble a la voz de Gelman, a su manera no ortodoxa de leer, la única posible para sus poemas. Perdí ese disco que estaba en manos de un director de cine que debió esconderse con urgencia en las épocas del onganiato. Pude recuperar después todo eso en un CD.
He leído sus libros. Fui a escucharlo leer cuantas veces pude. Lo despido aquí. Con sus palabras.
A él le tocó gelmanear. A mí: “en madrugada en pleno su esplendor……../quién sino yo con papelitos lujosas descripciones hechas para callar…”´
Zulma Fraga