Isla Negra, Chile
Cae el sol perpendicular sobre la tierra. Dos nombres enfrentan el mar de un azul profundo y prepotente que inventa el Pacífico día a día como un atributo: Pablo Neruda, Matilde Urrutia. Sobre la tierra el sol, y el aire que se desliza entre las paredes de la casa y que entra, transgresor, hacia las caracolas, las fotos, el bar; que sube por las escaleras pequeñas con ilusión de barco; que se mete, insolente, entre las pieles mentidas de las mujeres, enormes, casi monstruosas, con la voluptuosidad del recuerdo en travesías. Sobre la tierra el calor del sol del mediodía en enero. Y mis pies recorriendo la casa. Cada habitación se hace infancia por acumulación de objetos en los que se descubre la historia de aquellos nombres, polifonía de colores, formas y texturas; cada habitación es la caja mágica donde las cosas se convierten en Pablo y Matilde. Pienso en el Aleph y quiero enumerar el mundo, y puedo hacerlo en la casa de Pablo. Descubro que esa casa es el mundo. Entiendo, entonces, que mis pies están recorriendo el mundo y que puedo encontrarlo en cada objeto de cada habitación de la casa por donde se mete el aire y el fuego del sol del mediodía y es sonido intenso del azul del Pacífico. Descubro que otros nombres me acompañan: poetas que se apropian del espacio, que penetran la madera, que sonríen, o no, desde los marcos, que hacen los ecos del mar convertido en palabras como resonancia de tubos gigantescos. Son los nombres que inventaron el mundo: afuera, sentados en un barco quieto, sin velas ni brújula, con la simple ilusión de la botella que lo encierra, prisionero de aquel hombre, dueño y señor de su destino. Afuera, aquel barco; adentro, la piel de Matilde cada noche en la que hace el juego de sirena entre las manos de Pablo, calientes y olorosas. Juntos, señores de la casa y de la tierra y del mar que no se aquieta; dueños de la alegría y del vino, de las ideas. La casa es Pablo y Matilde. Siento, sobre mí, la presencia, el aliento, esa indescifrable atmósfera que excede los sentidos. Sobre la tierra, el calor del mediodía. Sobre las tumbas, en rosas, la bandera de Chile.