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Lied

No es fácil entender a los geranios que se trepan hacia el horizonte pequeño de hierro oscuro, justo hoy que es domingo y sol de tibieza tímida entre los barrotes del balcón.

No es fácil, porque se multiplican en recortes diminutos e irregulares fuera de la maceta rota, a un costado del rectángulo que intenta ganar algo más de ese espacio sin aire.

Trato de ascender con ellos, con los geranios, y descubro que me expulsan del rojo en la identidad de pétalos circular y desperfecto. Es una excursión serena que me hunde más hacia los fondos del sillón donde se reconocen mis huesos en los ángulos gastados.

Siempre este mirar que me distrae hacia la ventana, a pesar de la luz, y que me obliga a ser espalda sin ojos hacia atrás, hacia la dimensión de casa que me rodea con cuadrados de humedad.

Son los geranios los que enredan, sin tocarlos entre las curvas de tallos, caminos inconclusos por los que mi memoria atrapa segmentos e instantes y alguna especie diminuta de sabores y castigos; sin peso, trato de disimular mi ascenso de ojos por el laberinto abierto que me abstrae de esta inutilidad de presencia.

Siento la presión de la tela hacia mis dedos que se apoyan sin piel sobre el sillón, cada uno se reconoce en el contacto de la textura que alguna vez fue suave, diez sensaciones que se suceden y se aprietan hacia abajo, sosteniendo la certeza de forma ajustándose a las manos.

Mis ojos y mis oídos fuera de mí, de este cerebro que se aleja liberando los sentidos en un presente de tarde plana, inmóvil.

 

Atravieso el espacio hacia las flores del balcón con una visión de niebla que sólo hace el rojo ahora que encierro mi mirada entre los párpados, y necesito olores para seguir olvidando lo que estará allí, siempre, detrás de mí, encubierto por este tiempo que desconozco, que no puede medir, porque sólo transcurren los geranios y ellos están fuera de mí, en la distancia de mi mirada.

Detrás de mi espalda que es curva gastada, paralela sin espacio sobre la rigidez del sillón, hay un cuerpo que inventará la muerte cuando la luz se transforme y se agudice como la voz de la mujer que es Mahler desde la otra habitación.

Me enreda la línea interminable del lied que se hace vértigo hacia las vísceras y no es dolor, como antes, sólo espera, ahora que me ahogo entre las palabras que dejan de significar para conducirme por las disonancias de metales y niños que agonizan, que bailan sobre mi cabeza como insectos gigantes.

Habrá otro tiempo, después, que será desconocido y olvidado, habrá una suspensión de instante que me liberará del ojo y de la mano y de este sonido que se hace en mí con ciertos sabores de mesa clara, espejo de otro cielo que ya no reconozco bajo el blanco de cemento siempre cerrado sobre mi cabeza.

Y alguien que desconocerá este presente que ya no existe, que no será memoria, nunca, porque la noche apagará el ascenso de los geranios sobre el cuerpo del hombre sentado.