Producción literaria > Narrativa

Matilde Barrios

El cartero se aleja.

El matasellos de la carta te trae recuerdos.

Balido de ovejas.

Olor a la lana recién esquilada.

Y tu tata. Alto y de pelo amarillo.

Comandaba la tropa de los peones. Orgulloso hacía rodar los dedos de las manos  sobre la mesa, fanfarroneando sobre la cantidad de machos que había sembrado por ahí. Fuiste su única hija mujer. Te había puesto Matilde en honor a la patrona joven.

Aparece en tu recuerdo aquel día en que te alzó y los dos juntos cabalgaron el alazán. La mujer se le había ido en el parto y andaba medio perdido. Se te cuela su aliento pegado a tu espalda. Pegajoso a tabaco de hoja y aguardiente te persigue hasta la biblioteca donde el señor fuma un puro, en bata, mientras lee el diario. La correspondencia señor, Gracias Matilde.

Los recuerdos  te llenan la cabeza de un bochinche que no te gusta. Tu tata se reinstala. Lo ves muerto en aquel encuentro entre peones y milicos. Un tal Argañaráz le había abierto la garganta de un machetazo. Esto es por estar del lado de los peones, hijo de una gran puta. Lo enterraron esa misma tarde cerca de los alambrados.

Ahora recordás,  con un temblor en las piernas, la noche en que el Jacinto te revolcó entre las lanas recién esquiladas. Tu sangre se mezcló con la de las ovejas y de ella nació Juan, el Juancho, con la cabeza amarilla del abuelo y tu boca oscura y abultada. Con él envuelto en una manta se vinieron a Buenos Aires. Después nació Ramón y Jacinto te abandonó.

Matilde, te veo. Estás arrastrando los pies dentro de las ojotas. El pelo blanco se te escapa de la cofia. Despacio preparás las fuentes de porcelana y las copas de cristal. Son las diez y te cambiás de ropa. El uniforme azul y los zapatos acordonados te molestan.

Los recuerdos siguen. Te ronda mal el del Juancho y eso que no es aniversario. Su cara de marioneta rota ya no dice nada.

Ya están todos en la mesa.

La inseguridad es lo peor, Es un tema fácil de resolver, Usted sabrá como hacerlo, Hablemos de cosas más felices querido, Felices con la negrada rondando, La solución está en poner un paredón en cada esquina.

La fuente espera un toque de crema y una lluvia de hierba fresca de esa que tanto le gusta  al señor. El plato se completa con un imprevisto toque final. Varios escupitajos. Va por la sangre del Juancho..

Estaba riquísimo Matilde.

Sí, señor.