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Palabras kilómetros

La distancia más larga se recorre a partir de un paso, de una palabra. Entonces bien: se ajusta la mira, se consolidan las trabas, se oprime una palanca y todo está hecho, todo está dicho. El diálogo fue lanzado en línea recta, y la voz mensajera se dejará oír a quinientos kilómetros llegando a los oídos-cuerpos de los destinatarios. Ellos serán todo oídos.
Al instante la palabra vacía deja el suelo. Con un estruendo tardío nace a la muerte para la que fue creada, surca armagedónica el espacio y lo celeste admite el discurso anticipado en el Libro.
Cien palabras, cien kilómetros: “Las Naciones Unidas exhortan a las partes…”
El padre señala al niño la estela gris que divide el cielo. Luego agacha la cabeza. El infante arroja los libros a un costado y se sienta a la sombra efímera del objeto que se aleja.
Se estremece un río al paso del odio encapsulado. Recuerda un pescador que alguien multiplicó los peces. Se pregunta otro quien dividió los hombres. Pescan juntos desde el principio de los tiempos: hoy se miran y no se reconocen.
“Un alto el fuego es posible…” Palabras de papel. Doscientos kilómetros, y en vuelo.
Las sirenas desalojan a los obreros de una fábrica. La diligencia puesta en un ingreso puntual no es comparable con la salida tumultuosa de los galpones, acuciados por el silbido agudo y machacón que disciplina la huida. La puerta de salida no es nada más que la llegada a la ignorancia del “¿y ahora qué?” La súbita diáspora tiñe de colores las calles que se niegan al gris inexorable.
Con dibujos propiciatorios la cápsula desafía al cielo. El imposible desvío de la parábola no contrarrestaría las causas del lanzamiento. Se lee: “La zona en conflicto…”, pero está escrito: “No matarás…”
Trescientos kilómetros acaban de transcurrir. En tiempos de la desmesura, ¿qué reloj cuenta las penas de la hora? ¿Cuál registra instantes de locura? La cápsula partió con el impulso ansioso de la revancha y regresará, a no dudarlo, despojada de su disfraz de vestal para exhibirse Hidra. La humanidad aguarda su Hércules y sólo recibe palabras colmadas de vacío.
¡Con qué paradojal frío los demonios calcularon la trayectoria y mensuraron el impacto! A la precisión del conocimiento humano debieron oponerle las variables presumidas. Dirán: “El margen de error es perfecto.” Otros harán constar en actas: “Débil esperanza de paz…” Palabras.
Jugando en el patio, los niños se toman las manos en rondas que entrelazan incontables símbolos de infinito. El futuro está jugando en la escuela. En los pizarrones, palabras repetidas hasta el cansancio muestran la relación exacta entre una voz y un concepto. De pronto, el martilleo aterrador de los altoparlantes en son de espanto, traduce la estridencia en una imagen: Misil. Demasiado tarde. En la escuela, los silenciosos cuerpos de cincuenta niños -sangre y palidez- son banderas. La fábrica militar distante trescientos metros sigue intacta.

Quinientos kilómetros justificarán el error. ¿Quinientas palabras podrán acertar al corazón del hombre?